miércoles, 25 de julio de 2012


Nuevos espacios

Después de la marcha del 11 de abril de 2002 escribí este texto, publicado ese mayo en EL NACIONAL. Tras más de 10 años, lo retomo en el 445 aniversario de Caracas, una ciudad silenciada que no se calla y cuyas calles aún ansían el júbilo de un encuentro franco.


Entre el este y el oeste, abstracciones cartográficas que en Caracas demarcan un mapa de groseras distancias sociales, corren el río y la autopista. En una rutina diaria que asumimos inescapable, el hedor y la contaminación alejan los extremos. El espejismo del desarrollo y la retórica de algún Marinetti lánguido colapsan empachados de recelo, buhoneros y carteles.
Incapaces de unir los márgenes que pudieran explicarlas, estas trazas separan, además, el norte del sur, desgarrando lo que podría unirnos, testimonio de nuestra torpeza para cuidar lo que nos fue dado y estructurar lo que daremos como herencia. Si en otras ciudades el río es espina dorsal, a la que todo concurre y de la que todo surge, estos flujos de excretas y combustiones fracturan con tristeza ausente una ciudad de espaldas, residual, chorreteada de suciedad y olvido.
Por eso, entre las muchas conquistas ciudadanas del 11 de abril, creo que la construcción de ese territorio de encuentro cívico a lo largo de la autopista, ese alborozo de banderas ilusionadas (casi ilusas, nos parece ahora...), ese entretejido de saludos a amigos que creíamos perdidos y que redescubrimos en una otredad propia y apropiada, todos bajo un sol que quemaba sin herir, me luce la evidencia más concreta de los nuevos espacios que requiere el país nuevo.
Por años abandonamos lo público, hasta que de tanto abandono se convirtió en ajeno y enemigo, signo de un colectivo deshilvanado que recela del otro como peligro. Amenazados por una agresividad alimentada por nuestra propia omisión, levantamos muros, rejas, cercas, distancias y barreras. Sobre prejuicios y desapegos, construimos condones sociales, tangencias pragmáticas que redujeron nuestros vínculos públicos a un utilitarismo puntual ejercido con tanto asco como voracidad. Enrapiñados, se nos fue el país, se nos deshizo la ciudad, se nos enlodaron las relaciones, abdicamos al espacio y la fe, se nos pudrió el respeto y nos perdimos como ciudadanos, mientras seguíamos consumiendo bienes y prójimos con la displicencia pragmática de quien toma frascos de mayonesa en un pasillo de automercado. La promesa de un mundo posible se nos deshilachó en la chatura de distancias, rechazos e inmediatismos. Llenos de vacío y descuido, desertamos la ciudad y cedimos la ciudadanía.
Por eso me resultó tan emocionante caminar el valle en ese colectivo polifónico, entre extraños súbitamente familiares; descubrir rendijas de paisaje humano y urbano bloqueadas por mi parabrisas; ver en las banderas batiéndose en ambas márgenes brazos buscando un abrazo demasiado postergado; sucumbir a la sensual profundidad del abra de Coche y a los luminosos velos de edificios y colinas de Plaza Venezuela; conquistar la avenida Bolívar con alegría efervescente y decidida; reconocer en el gesto esquivo del soldado tras la cerca de La Carlota mi misma osadía y angustia ante lo desconocido; habitar la imponencia del Ávila y los accidentes de las colinas como marcos visibles de un paisaje interior sin el que no podría explicarme; imaginar puentes reales que derroten las barreras que fuimos construyendo y tracen caminos para suturar partes que hoy creemos enfrentadas, eventos que venzan las distancias del valle y lo animen como unidad ciudadana, perspectivas que no impongan una contemplación estática sino que inciten movimiento y disidencia; apostar a que el hallazgo de ese encuentro de un día se haga vivencia cotidiana de una identidad compleja pero transparente, en la que nos hallemos, hablemos y, quizá, fallemos, pero con la liviana profundidad del horizonte abierto y la tierra fértil. La que no pueden extinguir las balas y la sangre que nos esperaban sin saberlo, como habrá siempre riesgo en al construcción de cada esperanza y abandonar una por temor al otro es ya morir, aunque parezca que seguimos respirando.
Pues no existe nación posible en la soledad autista de distancias y prejuicios, y la ciudadanía sólo puede construirse desde el arduo júbilo de un encuentro franco.

domingo, 22 de julio de 2012


Infortunios de una res  pública

Este texto fue publicado en la sección LITERALES del periódico TalCual, ayer, sábado 21 de julio. Hoy, domingo 22, se han anunciado los tres trabajos seleccionados para la segunda fase prevista en la convocatoria de la Alcaldía Metropolitana de Caracas, descrita como un período de debate y reflexión, a partir de las propuestas seleccionadas. 
Con el mismo ánimo de abrir la discusión, aún pendiente de ver y analizar las propuestas seleccionadas y las otras sesenta y seis evaluadas por el Jurado para hacer su selección,  y como una suerte de participación desde afuera en un asunto que nos toca muy adentro, lo publico  ahora en este espacio. Son tiempos de pensar y conversar; utilicémoslos.  
Infortunios de una res pública
Fotomontaje
Enrique Larrañaga, 2012




Si no fueran tan graves sus posibles secuelas, el sainete sobre las áreas ocupadas por la Base Aérea La Carlota sería hasta divertido. Pero no lo es; es sólo otra triste muestra de nuestra incapacidad de ver más allá de nuestro ombligo, quizá nuestra mayor ineptitud.

Previendo suspicacias adelanto que mi socia, Vilma Obadía, y yo decidimos no participar en el concurso “La Carlota, Parque Verde: Una decisión de todos” pues creemos que sus términos más que a explorar ideas invitan a responder preguntas que todavía siguen sin hacerse lo que, a nuestro entender, es inapropiado; y a riesgo de ser tachados de lo peor, estamos entre los aparentemente “nadie” que creen que la supuesta “decisión de todos” de convertir La Carlota en Parque Verde es sólo una entre varias opciones, que no  tiene por qué excluir otras y que imponerla como dogma es inaceptable. Y que, como afortunadamente la ciudad es más compleja que cualquier consigna, sus necesidades más diversas que una preferencia y su dinámica más viva que el voluntarismo, seguir intercambiando descalificaciones es inútil; más cuando se vaticinan cambios en los balances de poder, hacia un lado u otro, lo que hace esta pugna inoportuna.

Entre quienes intervienen en este simulacro de operación urbana hay gente que sabe que lo que se haga con La Carlota marcará el futuro de la ciudad. Esas áreas no son una “parcelota” en medio de Caracas sino parte de sus reservas urbanas; ciertamente no la única ni la última, pero sí una importante y fundamental, por lo que debe debatirse seriamente y sin prejuicios, con más propiedad y menos improperios, más exhaustividad y menos animosidad; ignorar esto, des-conocerlo y poner lo inmediato sobre lo importante compromete la evaluación futura de opciones más integrales, por lo que este aparentemente seductor atajo es inconveniente. Más cuando al mismo tiempo se tolera el desguace de Fuerte Tiuna con apenas unas críticas vagas y un mutismo incomprensible.

Con matices que apenas encubren un idéntico sectarismo, dos instancias de gobierno (nacional una, metropolitana la otra) encabezan bandos enfrentados que cometen el mismo crimen de lesa ciudad al convertir un tema fundamental en lema banal y minar la dignidad de los concursos y la credibilidad de sus discursos en un enfrentamiento infantil; usar la ciudad para el proselitismo sin definir necesidades y prioridades es, por lo menos, impertinente; e inadmisible el chantaje con que ambos bandos promueven el silencio cómplice: “si lo dice el “mío” lo apoyo o me callo;  si lo dicen “ellos” me opongo o lo tacho”.

El multiministro presenta el “proyecto final” y al día siguiente lo cambia para incluir la pista que pide su Jefe (al menos es más sincero: ¡la decisión es “de  Él” y punto!) y anuncia que el parque estará listo en 2016; así demuestra que ni hay proyecto listo ni es tan enhiesta su ferocidad si el líder amanece con otra ocurrencia y que si sus proyecciones usan la brújula del rescate del Guaire quizá haya parque para el dosmilyvetetúasabercuándo... Por su lado, el Alcalde Metropolitano, sin fondos ni poder para hacerlo, jura llevar adelante, “contra viento y marea”, lo que resulte del concurso en el que dice participan 140 equipos (a veces más, a veces menos) que será, si se cumplen las bases, un único proyecto; por lo que el tamaño de la concurrencia es mera curiosidad estadística. Ambos ignoran los varios proyectos ya existentes con idéntica insolencia para insistir en su propia ofertas; al final casi la misma y en el fondo ambas insinceras.

E inciertas: esos terrenos son hoy de uso militar y, encima, zona de seguridad; paradójicamente públicos pero de uso privado, como un centro comercial pero al revés, y sólo los excarcelaría un decreto presidencial que derogue los vigentes. Simular decisión y determinismo sin exigir la desmilitarización, desprivatización y civilización, es decir, la “ciudadanización de este recurso urbano es sólo una carta más al Niño Jesús de los Ojalases; y, peor, corrompe desde antes de iniciarse el debate que debe darse cuando la ciudad recupere este espacio, infectándolo con preconcepciones que quizá algunos buscan sembrar ya para evitar entonces la discusión sobre el uso de otras zonas verdes existentes, la estructura y ordenamiento de la ciudad, sus inequidades y otros temas prioritarios, en una descarada “posición adelantada” que raya en lo inmoral.

Otro “detallito”: el costo de la operación, la que sea y a quien le toque.

Habilitar un área equivalente a la comprendida entre las avenidas Lecuna y Urdaneta, desde Miraflores a Los Caobos, incluso si estuviera vacía, que no lo está, debe costar “alguito”. ¿Cómo, cuándo y cuánto paga quién a quién y para qué? ¿El gobierno nacional; y que los habitantes de, digamos, Tucupita, financien lo que dicen que “todos” los caraqueños dicen querer? ¿El gobierno metropolitano; con su mal concebida y apaleada estructura? ¿Los gobiernos municipales; con presupuestos ahogados por nuestra morosidad?¿Aportes especiales de urbanizaciones “vecinas”, beneficiarias de la valorización resultante de una cruzada adelantada con un fragor que quizá se entibie al tocar la realidad real de los reales? ¿Y todo para que, si a aquel decreto “se le pasara” desafectar el área, siga siendo de acceso controlado y administrado centralmente?

Visto así, ¿por qué y para qué tanta bravuconada destinada a ahogarse en las propias lagunas de argumentos simplemente reactivos cuando no descarnadamente reaccionarios? ¿A quién beneficia esta trifulca con más de evento que de pensamiento, de improvisaciones superpuestas que de decisiones ciertas? ¿Es otro simple forcejeo politiquero o hay otras fuerzas detrás del tinglado? ¿Cómo saberlo? ¿Importa?

Preocupa más, y mucho, las mitificaciones y confusiones, actuales y futuras que todo esto incita y revela sobre nuestras dificultades para entender la ciudad, ejercer la ciudadanía y asumir nuestra responsabilidad ciudadana con ambas.

Si seguimos pensando La Carlota tras cercas que la alejan, sobre sótanos de estacionamientos, con pasarelas forradas de maticas, sin subvertir las barreras existentes  que comprometen su accesibilidad y permeabilidad y para lo que se inventa toda esta parafernalia, sin trascender con pluralidad metropolitana lo que son sólo rayas en un plano para tramar y tejer una ciudad cada día más descosida, podríamos terminar cambiando el agujero negro de la Base Aérea por un agujero verde que ponga explícitamente tierra de por medio entre estos envases al (y de) vacío en que decimos vivir; quizá endulcorados con pajaritos, bólidos, monumentos o lo que sea pero en una ciudad igualmente atascada en el desencuentro como único acuerdo y frenada por una inducida convicción de imposibilidad.

Como las ciudades y la ciudadanía, como acciones y actores culturales, son procesos complejos de desarrollo lento, es seductor pero incorrecto sucumbir a la tentación de respuestas rápidas y salidas sencillas. Resistir ese esquematismo requiere la madurez de exigir maduración y no ceder a los temores ni de timoratos ni de temerarios y, para eso, conocer, reconocer y reclamar reflexión técnica, educación ciudadana, participación consciente y, como dice Lagos, liderazgo que piense más en las próximas generaciones que en la elección que viene. Cuesta igual (o más…) hacerlo mal que bien, apremiada que apropiadamente, pero el efecto de sus defectos perdura, inclemente, por generaciones.

Es deber del técnico mostrar y demostrar la diferencia para, sin pausa pero sin prisa, cualificar la ciudad como “cosa humana por excelencia”, construida siempre en gerundio y en plural, buscando consensos pero, sobre todo, celebrando el disenso. Pero también deber de cada ciudadano recordar que los valores no tienen precio, que la política es ética de la polis, que nada de la ciudad es ajeno a su ciudadanía y que “saber” implica más deberes que poder, o seremos todos cómplices, conscientes o no, de nuestra propia anulación.

Preocupada pero deliberadamente apartado de esta diatriba polarizante e incivilizada, uno se pregunta qué dejamos que nos pasara para reducir nuestra compresión de la República ( “cuerpo político de una sociedad”, “causa pública, el común y su utilidad”, según define la Real Academia esa palabra que sabemos deriva de la voz latina “res publica”, cosa pública) a esta “res” públicamente desmembrada por bandos que halan, implacables, los restos de los que logran hacerse hacia su extremo; si sabremos los ciudadanos, con la sabiduría de Salomón, evitar que se siga despiezando este trozo de ciudad antes incluso de integrarlo a ella o, cautivos de la acepción irónica que también ofrece la RAE, “lugar donde reina el desorden”, nos resignaremos a vivir en un caos impúdico.

Aunque los signos no son alentadores y va contra corriente plantear el tema mientras medios, expertos y voceros de todo tipo y bando prometen panaceas edénicas o el oráculo del líder para redimirnos del caos, la ciudad sigue siendo demasiado importante para admitir fingimientos, que se la maree con operativos sin objeto ni objetivo o se la constriña a conservadurismos deleznables disfrazados de conservacionismo loable, de uno y otro lado. Eludirlo, ignorarlo o des-conocerlo sería ahondar, con incluso más saña que las arengas y ofertas vacuas en que nos han y nos hemos sumido,  en el abandono de la ciudad que es el de nosotros mismos, los ciudadanos, avalado y alimentado por nuestra propia ausencia y anuencia, hasta llegar a esto que ya casi asumimos como destino inevitable.

Para frustración de mucho opinador de oficio, sin embargo, todo indica que este inicuo estira y encoge de protestas, declaraciones, índices irrefutables, manifestaciones beligerantes y escándalos desechables, pasará y la bulla se evaporará.

Pero Caracas y La Carlota seguirán ahí; seguramente ambas más fatigadas, más necesitadas, pero con iguales posibilidades.

Quizá entonces, con convicción pero sin dogmatismos, dispuestos al calor propio de un debate pero también a escucharnos, identifiquemos las prioridades, entendamos que el parque es una opción pero no la única ni excluyente y hagamos previsiones con bases ciertas, objetivos claros e instrumentación factible, porque hayamos aprendido que lo diverso, aunque más complejo, es esencial a la ciudad.

Que como la ciudad y la realidad son tercas, ambas vencen no porque se nos impongan sino cuando nos convencen. Y que, para nuestra fortuna y por sobre nuestras miserias, la ciudad siempre se va haciendo mientras va siendo, con todos y contra nadie, porque su tiempo es más comprehensivo que nuestra comprensión de sus realidades. Y

El suyo es el tiempo de la sensatez y no el de  la inmediatez.