Infortunios de una res pública
Este texto
fue publicado en la sección LITERALES del periódico
TalCual, ayer, sábado 21 de julio. Hoy, domingo 22, se han anunciado los tres
trabajos seleccionados para la segunda fase prevista en la convocatoria
de la Alcaldía Metropolitana de Caracas, descrita como un período de debate y reflexión,
a partir de las propuestas seleccionadas.
Con el
mismo ánimo de abrir la discusión, aún pendiente de ver y analizar las propuestas seleccionadas y las otras sesenta y seis evaluadas por el Jurado para hacer su selección, y como una suerte de participación desde
afuera en un asunto que nos toca muy adentro, lo publico ahora en este espacio. Son tiempos de pensar y conversar; utilicémoslos.
Infortunios de una res pública
Fotomontaje
Enrique Larrañaga, 2012
Si no
fueran tan graves sus posibles secuelas, el sainete sobre las áreas ocupadas
por la Base Aérea La Carlota sería hasta divertido. Pero no lo es; es sólo otra triste
muestra de nuestra incapacidad de ver más allá de nuestro ombligo, quizá
nuestra mayor ineptitud.
Previendo
suspicacias adelanto que mi socia, Vilma Obadía, y yo decidimos
no participar en el concurso “La Carlota, Parque Verde: Una decisión de
todos” pues creemos que sus términos más
que a explorar ideas invitan a responder preguntas que todavía siguen sin
hacerse lo que, a nuestro entender, es inapropiado; y a riesgo de ser tachados de lo peor, estamos entre los
aparentemente “nadie” que creen que la supuesta “decisión de todos” de convertir La Carlota en Parque Verde es sólo una
entre varias opciones, que no
tiene por qué excluir otras y que imponerla como dogma es inaceptable. Y que, como afortunadamente la ciudad es más compleja que
cualquier consigna, sus necesidades más diversas que una preferencia y
su dinámica más viva que el voluntarismo, seguir intercambiando
descalificaciones es inútil; más cuando se vaticinan
cambios en los balances de poder, hacia un lado u otro, lo que hace esta pugna inoportuna.
Entre
quienes intervienen en este simulacro de operación urbana hay gente que sabe
que lo que se haga con La Carlota marcará el futuro de la ciudad. Esas áreas no
son una “parcelota” en medio de Caracas sino parte de sus reservas urbanas;
ciertamente no la única ni la última, pero sí una importante y fundamental,
por
lo que debe debatirse seriamente y sin prejuicios, con más propiedad y menos
improperios, más exhaustividad y menos animosidad; ignorar esto, des-conocerlo
y poner lo inmediato sobre lo importante compromete la evaluación futura de
opciones más integrales, por lo que este aparentemente seductor atajo es inconveniente. Más cuando al mismo
tiempo se tolera el desguace de Fuerte Tiuna con apenas unas críticas vagas y
un mutismo incomprensible.
Con
matices que apenas encubren un idéntico sectarismo, dos instancias de gobierno
(nacional una, metropolitana la otra) encabezan bandos enfrentados que cometen
el mismo crimen de lesa ciudad al convertir un tema fundamental en lema banal y
minar la dignidad de los concursos y la credibilidad de sus discursos en un
enfrentamiento infantil; usar la ciudad para el proselitismo sin definir
necesidades y prioridades es, por lo menos, impertinente; e inadmisible el chantaje con que
ambos bandos promueven el silencio cómplice: “si lo dice el “mío” lo apoyo o
me callo; si lo dicen “ellos” me
opongo o lo tacho”.
El multiministro
presenta el “proyecto final” y al día siguiente lo cambia para incluir la pista
que pide su Jefe (al menos es más sincero: ¡la decisión es “de Él” y punto!) y anuncia que el parque
estará listo en 2016; así demuestra que ni hay proyecto listo ni es tan
enhiesta su ferocidad si el líder amanece con otra ocurrencia y que si sus
proyecciones usan la brújula del rescate del Guaire quizá haya parque para el
dosmilyvetetúasabercuándo... Por su lado, el Alcalde Metropolitano, sin fondos
ni poder para hacerlo, jura llevar adelante, “contra viento y marea”, lo que
resulte del concurso en el que dice participan 140 equipos (a veces más, a
veces menos) que será, si se cumplen las bases, un único proyecto; por lo que
el tamaño de la concurrencia es mera curiosidad estadística. Ambos ignoran los
varios proyectos ya existentes con idéntica insolencia para insistir en su
propia ofertas; al final casi la misma y en el fondo ambas insinceras.
E inciertas: esos terrenos son hoy
de uso militar y, encima, zona de seguridad; paradójicamente públicos pero de
uso privado, como un centro comercial pero al revés, y sólo los excarcelaría un
decreto presidencial que derogue los vigentes. Simular decisión y determinismo
sin exigir la desmilitarización, desprivatización y civilización, es decir, la
“ciudadanización” de este recurso urbano es sólo una
carta más al Niño Jesús de los Ojalases; y, peor, corrompe desde antes de
iniciarse el debate que debe darse cuando la ciudad recupere este espacio,
infectándolo con preconcepciones que quizá algunos buscan sembrar ya para
evitar entonces la discusión sobre el uso de otras zonas verdes existentes, la
estructura y ordenamiento de la ciudad, sus inequidades y otros temas
prioritarios, en una descarada “posición adelantada” que raya en lo inmoral.
Otro
“detallito”: el costo de la operación, la que sea y a quien le toque.
Habilitar
un área equivalente a la comprendida entre las avenidas Lecuna y Urdaneta, desde
Miraflores a Los Caobos, incluso si estuviera vacía, que no lo está, debe
costar “alguito”. ¿Cómo, cuándo y cuánto paga quién a quién y para qué? ¿El
gobierno nacional; y que los habitantes de, digamos,
Tucupita, financien lo que dicen que “todos” los caraqueños dicen querer? ¿El
gobierno metropolitano; con su mal concebida y apaleada estructura? ¿Los
gobiernos municipales; con presupuestos ahogados por nuestra morosidad?¿Aportes especiales de
urbanizaciones “vecinas”, beneficiarias de la valorización resultante de una
cruzada adelantada con un fragor que quizá se entibie al tocar la realidad real
de los reales? ¿Y todo para que, si a aquel decreto “se le pasara” desafectar
el área, siga siendo de acceso controlado y administrado centralmente?
Visto así,
¿por qué y para qué tanta bravuconada destinada a ahogarse en las propias
lagunas de argumentos simplemente reactivos cuando no descarnadamente
reaccionarios? ¿A quién beneficia esta trifulca con más de evento que de
pensamiento, de improvisaciones superpuestas que de decisiones ciertas? ¿Es
otro simple forcejeo politiquero o hay otras fuerzas detrás del tinglado? ¿Cómo
saberlo? ¿Importa?
Preocupa
más, y mucho, las mitificaciones y confusiones, actuales y futuras que todo
esto incita y revela sobre nuestras dificultades para entender la ciudad,
ejercer la ciudadanía y asumir nuestra responsabilidad ciudadana con ambas.
Si
seguimos pensando La Carlota tras cercas que la alejan, sobre sótanos de
estacionamientos, con pasarelas forradas de maticas, sin subvertir las barreras
existentes que comprometen su
accesibilidad y permeabilidad y para lo que se inventa toda esta parafernalia,
sin trascender con pluralidad metropolitana lo que son sólo rayas en un plano para
tramar y tejer una ciudad cada día más descosida, podríamos terminar cambiando
el agujero negro de la Base Aérea por un agujero verde que ponga explícitamente
tierra de por medio entre estos envases al (y de) vacío en que decimos vivir;
quizá endulcorados con pajaritos, bólidos, monumentos o lo que sea pero en una
ciudad igualmente atascada en el desencuentro como único acuerdo y frenada por
una inducida convicción de imposibilidad.
Como las
ciudades y la ciudadanía, como acciones y actores culturales, son procesos complejos
de desarrollo lento, es seductor pero incorrecto sucumbir a la
tentación de respuestas rápidas y salidas sencillas. Resistir ese esquematismo requiere la madurez de exigir maduración y no ceder a
los temores ni de timoratos ni de temerarios y, para eso, conocer, reconocer y
reclamar reflexión técnica, educación ciudadana, participación consciente y,
como dice Lagos, liderazgo que piense más en las próximas generaciones que en
la elección que viene. Cuesta igual (o más…) hacerlo mal que bien,
apremiada que apropiadamente, pero el efecto de sus defectos perdura, inclemente, por generaciones.
Es deber del técnico
mostrar y demostrar la diferencia para, sin pausa pero sin prisa, cualificar la
ciudad como “cosa humana por excelencia”, construida siempre en gerundio y
en plural, buscando consensos pero, sobre todo, celebrando el disenso. Pero
también deber de cada ciudadano recordar que los valores no tienen precio, que
la política es ética de la polis, que nada de la ciudad es ajeno a su
ciudadanía y que “saber” implica más deberes que poder, o seremos todos
cómplices, conscientes o no, de nuestra propia anulación.
Preocupada pero
deliberadamente apartado de esta diatriba polarizante e incivilizada, uno se pregunta qué dejamos que nos pasara para reducir nuestra
compresión de la República ( “cuerpo político de una sociedad”, “causa pública,
el común y su utilidad”, según define la Real Academia esa palabra que sabemos
deriva de la voz latina “res publica”, cosa pública) a esta “res” públicamente desmembrada por bandos que
halan, implacables, los restos de los que logran hacerse hacia su
extremo; si sabremos los ciudadanos, con la sabiduría de Salomón, evitar que se siga despiezando este trozo de ciudad
antes incluso de integrarlo a ella o, cautivos de la acepción irónica que
también ofrece la RAE, “lugar donde reina el desorden”, nos resignaremos a
vivir en un caos impúdico.
Aunque
los signos no son alentadores y va contra corriente plantear el tema mientras
medios, expertos y voceros de todo tipo y bando prometen panaceas edénicas o el
oráculo del líder para redimirnos del caos, la ciudad sigue siendo demasiado
importante para admitir fingimientos, que se la maree con operativos sin objeto
ni objetivo o se la constriña a conservadurismos deleznables disfrazados de
conservacionismo loable, de uno y otro lado. Eludirlo, ignorarlo o
des-conocerlo sería ahondar, con incluso más saña que las arengas y ofertas vacuas en que nos han y nos hemos sumido, en el abandono de la ciudad que es el
de nosotros mismos, los ciudadanos, avalado y alimentado por nuestra propia
ausencia y anuencia, hasta llegar a esto que ya casi asumimos como destino inevitable.
Para
frustración de mucho opinador de oficio, sin embargo, todo indica que este inicuo estira y
encoge de protestas, declaraciones, índices irrefutables, manifestaciones
beligerantes y escándalos desechables, pasará y la bulla se evaporará.
Pero
Caracas y La Carlota seguirán ahí; seguramente ambas más fatigadas, más
necesitadas, pero con iguales posibilidades.
Quizá
entonces, con convicción pero sin dogmatismos, dispuestos al calor propio de un
debate pero también a escucharnos, identifiquemos las prioridades, entendamos
que el parque es una opción pero no la única ni excluyente y hagamos
previsiones con bases ciertas, objetivos claros e instrumentación factible,
porque hayamos aprendido que lo diverso, aunque más complejo, es esencial a la
ciudad.
Que como
la ciudad y la realidad son tercas, ambas vencen no
porque se nos impongan sino cuando nos convencen. Y que, para nuestra fortuna y
por sobre nuestras miserias, la ciudad siempre se va haciendo mientras va
siendo, con todos y contra nadie, porque su tiempo es más comprehensivo que
nuestra comprensión de sus realidades. Y
El suyo es el tiempo de
la sensatez y no el de la inmediatez.