LA LUZ DE ENERO
Cuando las promesas de año nuevo comienzan a languidecer entre postergaciones y una riada de deudas arremete inclemente contra la chequera, aparece la luz de enero.
Crispante, fuerte, despierta, plena de luz hasta las sombras mientras escruta, acaricia, perfila cada cosa como para despertarla al ciclo que se inaugura.
Luego vendrá la calina de febrero, la sequía de marzo, las floraciones de abril, las lluvias de mayo, los largos días de junio, el verdor de agosto, el calor de septiembre, los cordonazos de octubre y el brillo del capín melao y sus alergias de alegrías anunciando diciembre.
Pero nada afianza la confianza casi ingenua en la esperanza que comienza, en las pupilas, desde los matices y sobre las cosas, como la luz de enero.
El paisaje vibra bajo su luz transparente y contra el azul impoluto del cielo abierto, hasta casi irritar la vista y vestir de novedad todo lo que creíamos haber visto y ahora redescubrimos. Como en un Reverón siempre cambiante, esta luz lo penetra todo, regresa desde el centro mismo de las mismas cosas henchida de vida y ánimo, con vitalidad inundada de trópico, límites cortantes dibujados contra y desde cada forma, paisajes que casi se fracturan en la vibración de luces encontradas, contraponiendo la verdad de su brillo a la desesperanza de cualquier indecisión.
A veces, como este año, la bruma de una lluviosidad inoportuna intenta robarnos esta claridad y someter el esplendor de la esperanza al gris abrumador del frío, la distancia y la humedad. Decidida, rebelde, penetrante, la luz de enero se cuela entre las nubes y se instala, como un comando de asalto, sobre las esquinas del paisaje, las copas de los árboles, alguna acera aún húmeda, y detona su esplendor de sombras hasta hacer que la punta de la Silla perfore la neblina y se imponga como un pezón turgente sobre la cenefa de nubes que envuelve la montaña; colándose, insistente, decidida, negada a sucumbir ante lo que parece inevitable; convencida e impenitente, la luz se impone y triunfa.
Con la terquedad de los ciclos, la luz de enero resiste, persiste, insiste.
Hacerlo es, quizá, su mayor, mejor, casi única razón de ser.
Volverá el año que viene y el otro, a celebrar el tiempo, construyéndolo, cumpliendo implacablemente su misión reveladora. Quizá las nubes no regresen y se demuestre que sólo fueron accidente de un instante, circunstancia de algunos vientos extraviados en algún lugar del océano, impertinencia pasajera, rémora de un fastidio ya para siempre despejado.
Pero la luz regresará, sin duda.
Ella sí es cierta.
Vive incluso cuando nuestra torpeza la olvida y la codicia de los nubarrones pretende arrebatárnosla.
Si, Enrique, el cielo de enero en Caracas, y en general en Venezuela, es bellísimo. Agrega a eso cuando la luna esta llena!
ResponderEliminar¿Qué más se puede desear?
Feliz año para ti y tu esposa.
Gracias por este compartir.
Precisamente esta mañana me estaba fijando en esa luz y pensando... a pesar de todo, que endiabladamente bella es Venezuela!
ResponderEliminarSaludos. Cristina