sábado, 24 de julio de 2010

EL PROYECTO URBANO

COMO

APUESTA DE FUTURO

La ciudad es una estructura lenta y compleja para la que pedimos soluciones rápidas y sencillas.


Por no entenderlo, ignorante, efectista o mezquino, el poder prefiere la premura de paños calientes, la ausencia de planes o abortar su seguimiento; los ciudadanos, por nuestra parte y muchas veces con explicable recelo, vemos como “amenaza” programas que buscan resolver problemas evidentes y nos oponemos hasta negarlos; y seguir sufriendo.

Este laberinto de pretextos, miedos y omisiones ha creado una ciudad fracturada, resignada al fracaso, sitiada por la violencia, agotada en colas eternas, desconfiada de todo y todos, sucia, dejada, ineficaz, con leyes caducas y, además, violadas; una ciudad de la que apenas celebramos su montaña, es decir, lo que no es obra humana y aún resiste nuestra satrapía.

¿Es éste, como afirma el derrotismo onanista, un hado fatal que nos condena a morir de desesperanza urbana?

Para revertir esa condena y revivir la esperanza se formulan proyectos urbanos: para conocer, reconocer, celebrar y también cuestionar las necesidades, oportunidades y realidades de la ciudad y articular una apuesta de futuro que cualifique y promueva funcional, formal y emocionalmente la inclusión, integración, interacción y productividad de la ciudad que habitamos y una amable empatía entre nosotros y hacia ella.

No es fácil, pero tampoco imposible. Basta (no es poco…) saber, como Lerner en Curitiba, que “la ciudad no es el problema sino la solución”; hacer de la continuidad el proyecto, como Bogotá, de Castro a Garzón; acoplar talento y voluntad, como Bohigas y Maragall en Barcelona; y ejercer un liderazgo docente, como Fajardo en Medellín, para animar a la ciudad y sus ciudadanos a pasar “del miedo a la esperanza”.

El drama actual de Caracas impone entender la urgencia de un proyecto urbano: sabemos que su estado es crítico, pero sus males no son de tan vieja data y abundan los diagnósticos; ventajas que, sin embargo, pueden desvanecerse si no las aprovechamos antes de que las taras estallen en metástasis.

Con calmada premura y comprehensiva nitidez, toca ensamblar un proyecto urbano que trace rumbos claros de operación ágil y largo alcance y articule, atrevida pero fundadamente, un orden discernible y de vivaz diversidad en una apropiada apuesta de futuro que hagamos propia para exigir continuidad y, aboliendo el pesimismo, comprobar y celebrar que lo mejor, además de posible, es imperativo y merecido.

Con ardiente paciencia, la ciudad llama. ¿Responderemos?

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