domingo, 17 de mayo de 2020

DE LA BOLALOGÍA COMO CIENCIA (OCULTA…)  
Publicado el 11 de marzo de 2014  en el diario  "El Nacional"

Parece convenido que los testículos, también llamados “bolas”, son los órganos vitales del coraje y el esfuerzo.
Aplicábamos ya eso de “fulano tiene bolas” al que parece osado, “zutano le echa bolas” al que actúa dedicadamente o “a mengano le faltan bolas” si medita alguito antes de actuar, pero ahora queda claro que sin bolas no hay paraíso. Como el superlativo de esta valentonatomía es ser “cuatriboleao”, cabe inferir que la duplicación del kit estándar potencia, quizá al cuadrado, la valentía del portador, posible origen de la expresión “perencejo las tiene cuadradas”. Tan excepcional configuración, asumo, debe producir aristas más marcadas en la bravura, tanto como extrañas modalidades al encogimiento genital que suelen producir los fríos… 
Otras cosas intrigan sobre estos equipamientos dobles y geometrías atípicas. 
En defensa de mi género y aunque sea poco elegante, puedo asegurar que cuando un hombre se rasca o acomoda sus partes en público no es siempre por exhibicionismo o pura mala educación (aunque hay de todo) sino porque las susodichas suelen descolocarse o picar, reclamando atención urgente que, es verdad, podría proveerse más privada y discretamente. ¿Cuánto incrementará tales descolocaciones y picazones un segundo par que, además, si va a los lados del usual debe dificultar andar y si va delante o detrás aumentar el riesgo de aplastamientos accidentales que, lo garantizo, pueden ser muy dolorosos con apenas dos, así que con cuatro deben ser terribles? Para no hablar de su cobijo diario, aún usando boxers…
Por su importancia antropo-sociológica, considero imperativo sustituir las mujeres barbudas y niños con tres brazos de los museos de cera por muestras didácticas de estos ejemplares ejemplos, así como declarar artículo de fe el cuatribolismo o bolicuadrismo de nuestros próceres. Y que, entre ellos, todo supremo tiene, nadie ose dudarlo, su par duplicado y cuadrado (lo que hace aún más admirable aquella campaña a caballo…). 
De estas rarezas anatómicas parecen exoneradas las mujeres pues no se dice que las haya cuatriovariadas o ovaricuadradas, aunque sí unas cuya audacia les impide usar falda o “se le verían las bolas”; partido único del temple, queda acreditado.
Como la dotación viene de fábrica, sorprende la ausencia de testimonios sobre el glorioso aunque capcioso momento de recibir un niño con tan inusual equipo o niñas sospechosamente hermafroditas, preguntándose si serían monstruos o adalides (categorías probadamente cercanas) y a cuántos futuros héroes le habrá negado algún curita intransigente nombres como “del Eterno Cuaternario”, sólo por no estar en el santoral, y encasquetado un “de la Santísima Trinidad”, aún arriesgando emascular a fuerza de agua bendita un cuarto de su misión. Misterios, pues, de la “bolalogía” como ciencia; oculta, por elemental recato…
Infinitos, indispensables estudios requieren asuntos que aún no entendemos quienes apenas contamos con “modelo básico”: el coraje que añaden uniformes acorazados que quizá las traen tipo quita-y-pon; el encanto afrodisíaco de una colección de micrófonos; la relación entre pluribolismo arrebatado y miopía funcional; la correspondencia entre cuadratura hormonal y deslenguamientos de teclado (preferiblemente a distancia, claro) o ante una cámara (pero detrás de un podio blindado; cuatriboleao pero no huevón…); el uso de seudónimos para disimular virtudes antes de arremeter contra todo el que diga o me parece que dice algo que a mí no me parece; el embelesamiento mántrico de remachar consignas; las armas largas como sublimación fálica; el erótico perifoneo desde otro país; el temple de entregar el alma disparando contra desarmados; o la demolición de retrovisores por motos vertiginosas (entendida la presión de asientos sin previsión para acomodar tan infrecuente instrumental…) como evidencias de cuatri/cuadribolismo. 
Como soy de los que apenas carga un piche parcito, temo confesar el temor de confesarlo, no vaya a venir un cuatriboleao arrecho, valga la redundancia, a cortármelo; recordaba Cheo Feliciano que “de cualquier malla, sale un matón, ¡vaya!” 
Y sí: temo. Temo los restos de arranques torpes; que, “creyendo avanzar”, nos arrasemos destruyendo lo logrado; la canallada de azuzar batallas inventando infamias; la jerga confrontacional como habla cotidiana; y, principalmente, que a fuerza de cuatribolismo y bolicuadrismo olvidemos que el país lo hacen ciudadanos más que héroes; buenos para efemérides, pero lastre engorroso para la compleja sencillez de la ciudadanía de a pie. 
Intuyo paralelismos entre el voluntarismo (¿se escribirá con “B…”?) del cuatriboleaísmo y el de las proféticas bolas de cristal; pues mágicas como son ambas peculiaridades, sus designios suelen ser equívocos y pueden, en un trance de mala suerte del que no se libra ni el titán más poderoso, romperse en fragmentos que no retoñan. 
Pero ¡cómo cortan y acatarran…!                                                                                     

martes, 7 de abril de 2020

EL PAPEL DEL PAPEL
Publicado en el diario "El Nacional", 22/04/2014






Los arquitectos conocemos bien dos formas veladas pero muy corrosivas del insulto.
La primera, sondearte para un encargo agitando la mano como quien espanta moscas mientras con una sonrisita indulgente te preguntan si podrás hacer “unos dibujitos ahí…”; la segunda, descartar una idea no convencional llevándose las manos a la cabeza y, como pontificando, proclamar: “¡es que el papel lo aguanta todo…!”.
Estos dos tipos de ofensa (que quizá ni se proponen serlo) comparten mucho más de lo que, seguramente, advierten o admitirían quienes las pronuncian.
Sugerir que hacemos “dibujitos” para plasmar en “papel” futilidades personalísimas afirma, disimulada pero arrogante e ignorantemente, que más que ideas tenemos antojos: carambolas que si atinan es por puro azar. También y por igual, ambas ofensas reconocen de hecho debilidades propias: la de no saber hacer “dibujitos” y la de no atreverse (por limitaciones o pereza) a explorar otras opciones. Reacios a reconocer tales carencias, se descalifica para decir, tácita pero directamente: “tú que dibujas, no pienses; grafica lo que yo ya sé que quiero” o “si ya lo hemos hecho así; ¿para qué ahora pensar otra cosa?”. Tras varias frustraciones, uno aprende a sacarle el cuerpo a quien te pide “un dibujito” y a no trabajar con quien te saca lo del “papelito aguanta todo” cuando lo sacas de su zona de confort. Los primeros desconocen el valor de lo que haces y difícilmente admitirán que conlleva un costo; los segundos, autoproclamados garantes del rigor, sólo saben de rigidez y lo paralizan todo. 
No busco aquí reivindicar el trabajo del arquitecto, sino destacar la similitud de estas malas mañas con otras que todos venimos sufriendo, leyendo, viendo y viviendo.
Pedir “un dibujito” se parece mucho a reclamar “un discursito”: ambos solicitantes esperan recibir lo que ya consideran la única respuesta a lo que simulan preguntar, sin más pensamiento ni diferencias. Como quien lamenta la permisividad del papel al perdona-vidas “deseos no empreñan…” de quienes aborrecen la conflictividad cotidiana pero niegan otras opciones y califican a quien la busque de incauto, si no de traidor; o ambos.
No es verdad que delinear rutas sea un juego banal y, mucho menos, venal; ni que el papel (o el micrófono o la pantalla) aguante todo y, menos aún, que todos debamos aguantarlo.
De lo primero dan cuenta los fracasos de acciones que uno presume fueron al menos someramente esbozadas antes de acometerlas y de lo segundo las distintas formas de asfixia (multas, suspensión de pautas publicitarias, cese de concesiones, trabas aduanales o bloqueo de divisas) con que se busca impedir que caricaturas, fotos o palabras lleguen, papel mediante, a la calle, tanto como el empeño en imponer una hegemonía monocromática a pantallas y portadas, del rosado más anodino al más “comprometido” rojo.
Como, por avances tecnológicos y atrasos institucionales, modificamos nuestras formas de comunicación y con ello los trazos que utilizamos y sus superficies de soporte, hoy la pantalla (de televisor, computadora o celular) cumple el papel del papel, dejando indeleble registro digital de muchos papelones perpetrados. Pues si también la pantalla aguanta todo, no siempre se aguanta todo lo que sale en pantalla…
Por televisión vemos cómo a unos diputados se les corta inclementemente el audio mientras otros disfrutan de la relatividad del tiempo y alargan sus intervenciones sin límite ni sentido. Por twitter comprobamos que el teclado sustituye, por igual, cacerolas para drenar rabias y dianas para convocar batallas y también estimula la generación express de líderes de ocasión. Comparten todos un exhibicionismo declarativo y una adicción a sumar seguidores y retuits, como en los 15 minutos de fama que preconizó Warhol, pero versión 2.0; para todos “la gente” o “el pueblo” mandan y es signo de traición negarse a repetir sus consignas. Sin importar en ningún caso a quién ni cómo se salpique, estos garabatos comunicacionales desconocen que la posibilidad de decir lo que se piensa exige la responsabilidad de pensar lo que se dice. Pues también con palabras arteras se destruye, como evidencian dolorosamente demasiados ejemplos, desde hace ya demasiados muertos. 
No trata de dibujitos ni divertimentos insignificantes la tarea que nos toca a todos: trazar perspectivas claras para caminos aún difusos y que debemos urgentemente ir esbozando para evitar el abismo; y no entre globos de papel que inflen los egos, sino intentando darle forma apropiada a un país que seguirá siendo imposible mientras permanezca partido y enfrentado.
Ante ese impostergable reto, desdibujados o empeñados en borronearlo todo, no todos parecen capacitados para aguantar su papel.
Y eso sí es grave. 
Comienzo a rescatar algunos artículos publicados en el diario "El Nacional". Antes podían consultarse en el archivo digital de ese periódico, pero como ya no existe, los pongo aquí para que los lea o recuerde quien pueda estar interesado; o sencillamente aburrido...

Al volver a leerlos me ha sorprendido que mantienen algo de su vigencia. No creo que ello hable de ninguna virtud en los escritos, sino de una quizá alarmante recurrencia de problemas nuestros. Y, en ese sentido, van con la intención de estimular esa reflexión y quizá algún comentario subsiguiente

Empiezo con uno que salió publicado el 25 de marzo de 2014





EL  PERVERSO  ENCANTO 

D    E       L    A 

                             C U R S I L E R Í A           

Dicen que Einstein dijo alguna vez que sólo conocía dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana; y que de la infinitud del universo no estaba tan seguro. Hoy tiendo a pensar que, quizá saturado de ecuaciones, don Albert olvidó incluir en su recuento a la cursilería.
Como el universo y la estupidez, la cursilería es no sólo infinita sino pródiga en matices y sortilegios. El bolero más cursi resulta sublime cuando lo canta Tito Rodríguez; unas cursis flores de plástico, sucias y decoloradas, enternecen cuando honran una imagen en una capilla solitaria pero estremecen cuando, sobre una cruz en la carretera, recuerdan un accidente y sus muertos; las cursilísimas tarjetas del día de la madre lo son para todos menos para su destinataria que, emocionada, ve en ellas trazas de un nuevo Neruda o un redivivo Reverón. 
La cursilería traspone la emoción al insondable mundo de la emotividad, donde se funden y confunden sentimientos y sensiblería con entusiasmo tal que privilegia ternura y pasión sobre cordura y razón. Entresijos que descifran con exactitud científica los buhoneros, siempre con la bandera, bandana, gorra o pañoleta propia a la circunstancia (navidad, mundial de fútbol, temporada beisbolera o concentración política); tanto que no sé si rotulan las consignas al momento, si sus proveedores son expertos analistas de la polarización y guardan toletes equivalentes de cada modelo o si tienen impresos sus 30 millones de cada grupo, por aquello del “uno nunca sabe…”, la volatilidad de los mercados y tal. Pues todos sucumbimos a ella en un país signado por la cursilería de puro dispendioso en telenovelas y misses y ahora despliegues militares; espectáculos todos y cada vez más parecidos, además. 
Hay mucho de Lupita Ferrer, con todo y amenazadora mirada de “¡ya tú vas a ver!” en la grandilocuencia de generales que anuncian operativos como prestos a acometer una hazaña heroica; o en la épica descripción durante los desfiles del linaje de batallones marchando con pasos y gestos aprendidos, curiosamente similares a los de la temblorosa concursante que cruza la pasarela con su cargamento de lentejuelas mientras, con idéntica impostura, alguien exalta los “recamados de cristal” entre compases monótonos que uno ya ni oye. No como el “chán-chán” sonoro que cierra cada capítulo de la novela, simulando suspenso sobre un final que todos conocemos desde que, empezandito, asoma la pareja hermosa llena de secretos inconfesables; o el tronar de aviones practicando sobre la ciudad sus piruetas para algún acto que lo pone a uno, simultáneamente, a gritar imprecaciones y a buscar un rosario, no vaya a ser que el aparato sea de los de reciente adquisición, tan adictos ellos a caerse; y de modo nada cursi, por cierto.
La perversidad de la cursilería, bien lo define la Real Academia, radica en su afán de “mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados”, es decir: engañifas. Que aceptamos aunque las identifiquemos; seguramente porque necesitamos, más aún en estos días, aferrarnos a algo que nos redima de tanta realidad y chapotear, siquiera un ratico, en algún esplendor.
Quizá por eso, extremos supuestamente antagónicos comparten iguales simplismos y excesos: embojotamientos tricolores con cara de “¡hasta el infinito y más allá!”; ligaítos de insultos al contrario y promesas de improbable cumplimiento para la fanaticada; disfraces de pioneritos o mártir, es lo mismo; melodramas sobre la maldad ajena que amarga el presente y las dulces maravillas que guarda el futuro para “nosotros, los buenos y elegidos”; ceños fruncidos al espetar amenazas y cejas caídas a lo Virgencita Dolorosa al implorar confianza; conmovedoras viñetas familiares contrabandeando credos políticos; absolutos del tipo “todo/nada”, “siempre/nunca”, “sin-retorno/no-volverán”, erosionando las escasas, seguramente imprecisas y hasta ambiguas oportunidades de reconocernos; vítores a la inmolación sin reparar (o saber o poder o querer hacerlo) que el futuro lo harán quienes estén vivos y será débil si lo fundamos sobre llanto; la adopción unánime como neo-himno nacional de una canción que compusieron dos españoles sin conocer el país para un disco del Puma en el que no cupo y que fue rescatada para, ¡muérete!, un hiper-colorido número de faldas agitadas en un Miss Venezuela; idéntica entrega de la identidad personal al efectista pero ominoso “todos somos éste o aquélla”; exacto cinismo para inducir temores y alentar atajos, ordenar ataques y promover venganzas, detectar el menor error ajeno y eludir las mayores responsabilidades propias; y, en aterradora simetría, múltiples injertos de corazones, estrellas y boinas para rendir culto a personalidades ya en el más allá y atroces imágenes del más acá cosechando chorrocientosmil “likes”, RT y cadenas en twitter y facebook hasta reducir el horror a su peor humillación: la de meras estadísticas que, extraviadas en cuentas, pierden cuenta de todo al perder todo en puro cuento. 
Esto sería otra curiosidad antropológica, incluso explicable entre tanto ánimo herido y esperanza rota, si la perversidad de la cursilería no indujera choques de los que nadie saldrá ileso. 
Pues aunque el universo, la estupidez y la cursilería sean infinitos, la vida no lo es y cada una cuenta; cada pérdida duele igual y no la restituyen vigilias plañideras ni condecoraciones póstumas, fanfarrias ni fanfarrones. La sangre sólo es útil para mantenernos vivos, no encharcando asfalto; y el liderazgo es bastante más complejo y exigente que el estrellato, los “selfies” y los lemas destemplados de quienes ni atienden ni entienden ni, por lo visto, aprenden que sus bravuconerías ahondan las fracturas y nos extravían en el desamparo. 
Precisamente porque los afectos están lastimados toca, sin afectación y con extrema efectividad, identificar la tenue, a veces frágil y evasiva, siempre crítica línea entre la historia y la histeria.
O el perverso encanto de la cursilería nos consumirá a todos.

sábado, 29 de julio de 2017

30


Terminé mi post-grado pocos meses antes de cumplir 30 años

Con una beca de FUNDAYACUCHO (un programa cuyo impacto en la Venezuela de finales del siglo XX y la[s] que vendrá[n] aún no se ha evaluado cabalmente) pude, como otros venezolanos, estudiar en una de las universidades más prestigiosas del mundo

Algo que nunca hubiera podido hacer sin ese auxilio del Estado


El programa de becas de FUNDAYACUCHO estaba financiado por una bonanza petrolera que, aunque palidecería al compararse con la de inicios de este siglo, significaba para la época un hecho inusitado. 

Aquel “boom” creó también grandes distorsiones en nuestros comportamientos (el famoso “‘tá barato, dame dos”), convirtió la corrupción en pandemia, reforzó la dependencia de todo y todos con respecto al gobierno central, “naturalizó” el manejo discrecional de bienes públicos por el gobierno, degradó la dignidad de una sociedad más interesada en acercarse a esa pródiga teta que en temas tan complejos como honestidad o eficacia y debilitó nuestra capacidad productiva doblegándola a la facilidad de importar “necesidades” suntuarias que nos convirtieron en emblema continental de la banalidad; efectos negativos que sin duda marcan lo peor de lo que hoy criticamos y que, aunque no es incierto que se han incrementado con los años, su historia propia abarca ya varias generaciones como parte de nuestro “sistema operativo” nacional

Aunque ése sería otro tema, tocará dedicarle pensamiento y acción pronto a especies tan necias como la del “éramos felices y no lo sabíamos…”. No entender la gravedad de las deformaciones que promueve nos condenará fatalmente a repetirlas con la desorientada pero insistente saña del ignorante pretencioso
Recibí confirmación de la beca y de la aceptación de mi aplicación cuando llevaba ya más de dos años dando clases en la misma universidad en que me gradué y asumí esta nueva fase de formación como una oportunidad para ampliarla y retornar así algo al país que pagó mis estudios de pre-grado y ahora lo haría por los de post-grado

El contrato que se firmaba con FUNDAYACUCHO especificaba la obligatoriedad de regresar al país, pero en mi caso, como en el de la mayoría de quienes entonces aprovechamos la posibilidad que se nos ofrecía, ésa era una cláusula innecesaria. Aunque algunos, pocos, se quedaron por allá, la mayoría mantuvimos la firme voluntad de regresar a Venezuela sin contemplar otra posibilidad

Cuando iniciaba mi último semestre de estudios recibí una llamada de una persona muy cercana (que hoy vive, con toda su familia, fuera de Venezuela) para sugerirme que buscara el modo de no regresar a este país “encaminado inevitablemente al desastre”. Mi respuesta fue tajante: si Venezuela está destinada al desastre, es MI desastre; si me rindo o no colaboro a evitarlo seré ya parte de él, aunque intente evadirlo con distancias falsas

Un mes después o así ocurrió el “viernes negro”

A la distancia no se entendía la magnitud de la debacle que aquellas medidas que hoy lucen casi anecdóticas vaticinaban. Mi mensualidad siguió llegando con regularidad y bastaba para costear mis gastos. Sólo tuve un percance cuando me rechazaron la tarjeta de crédito al intentar utilizarla; una operación que no sabía había quedado suspendida con el control de cambio implementado. Pero ni con ese incidente anticipé que comenzaba para mi el estado de “vivir en crisis” que ha marcado ya más de la mitad de mi vida y casi todo mi ejercicio profesional


No tenía, o al menos así me lo parecía, por qué: me esperaba en Caracas mi trabajo en la Universidad, con mejor sueldo del que ganarían mis compañeros de estudio; y también una práctica independiente con los amigos con quienes había fundado una sociedad antes de irme y que sabía iba consiguiendo contratos en aquellos años en que el abundante ingreso petrolero estimulaba la construcción, desordenada pero vibrantemente

Mis estudios terminaban bien, esos años fuera habían despertado inquietudes antes impensables, tenía nuevos amigos desde entonces entrañables y mantenía una relación sentimental con una persona con quien, a pesar de las diferencias de nacionalidad y planes de vida, no me costaba imaginar un futuro común

Así que, tras graduarme, organicé mis asuntos, me despedí del lugar y mis amistades, vendí algunas cosas, compré otras y regresé con el firme propósito de emanciparme para comenzar una vida nueva

Pronto supe que no todo sería tan fluido como había imaginado

Y llegué a mis treinta

Comprendí, no sin dolor, que la sociedad profesional que asumía plena y productiva estaba al borde de la quiebra, con más socios que contratos y más deudas que ingresos. Indagando por qué, entendí que, tácita pero enfáticamente, para mis socios la sociedad era una suerte de “hobby” complementario pues obtenían su ingreso de alguna otra fuente, lo que dejaba la oficina sola la mayor parte del día y se asistía a ella si había tiempo y para intercambiar incidencias sobre el “verdadero” trabajo de cada quien.

La distancia, quizá, enfrió la relación sobre la que había llegado a hacerme ilusiones de largo alcance; las cartas se hicieron menos frecuentes y más distantes; las llamadas telefónicas parecían caer siempre en un “tengo que salir corriendo”; y así, no sin pena, fui entendiendo que también ese plan pasaba al anaquel de los “hubiera sido”...

Aguardando los preparativos para los cursos que empezarían en septiembre y me ofrecerían un ingreso fijo, se me comunicó que mi contratación sería sólo temporal, con menor remuneración y posiblemente sólo hasta el venidero diciembre

Las posibilidades de materializar mi propósito de emanciparme se menguaron hasta hacer obvio que también habrían de congelarse por un tiempo

Con un empleo precario y una sociedad profesional que seguía al garete pero con menos trabajo, me ofrecieron sumarme al equipo de una nueva escuela de arquitectura en una universidad también nueva. La idea me llenó de ilusión aunque la paga era también escasa. Pronto noté, sin embargo, mis diferencias con el modelo docente propuesto y, más aun, con el concepto de la institución, concebida como universidad/negocio, temas que me distanciaban inevitablemente de lo que al principio pensé sería un gran proyecto. No recuerdo qué circunstancia nos permitió a todos concluir la relación antes de que mis insatisfacciones me hicieran renunciar o mis reclamos los hicieran expulsarme y todo concluyó sin pena ni gloria pero también, y al menos, sin conflicto

Más o menos en ese tiempo mi madre enfermó y en un mes murió. Seguramente el cáncer la estaba consumiendo desde mucho antes sin que nadie lo notara, pero la rapidez del proceso fue casi tan devastadora como su final

Y “heredé” una responsabilidad antes no contemplada: hacerme cargo de mi padre. Lo cual implicaba, ya definitivamente, abandonar los planes de emancipación incluso si hubiera logrado reunir los recursos para hacerlo

A las pocas semanas de la muerte de mi madre, una apendicitis descuidada derivó en peritonitis y me puso al borde de una septicemia que casi me mata. De hecho, llegué a convencerme de que no la superaría y me tocó empeñarme en revertir ese pensamiento pasivamente suicida hasta recuperar, con las vicisitudes de la convalecencia, la normalidad cotidiana. Aunque el proyecto de una vida nueva hubiera tenido que ser suspendido, no podía seguir retrasando mi retorno a la vida, de nuevo

Una complicación relativamente menor en esa primera convalecencia obligó a una segunda operación, realizada con éxito pocos días antes de llegar a mis treinta y uno, casi al tiempo en que se despejaba el panorama laboral en mi Universidad con un contrato fijo


Cerraba así en tono positivo y apuntando hacia un futuro también incierto pero previsiblemente mejor, aquellos treinta cargados de frustraciones, dificultades, carencias, soledad y pérdidas y que hoy recuerdo como el peor de mis años

Pero vinieron los 31 y luego los 32; como vendrán en un mes, otro 30 pero de agosto, el doble de aquellos 32 y espero seguir acumulando múltiplos

Claro que no todos los años que siguieron a esos apocalípticos 30, viviéndolos cada uno y viéndolos hoy a la distancia, han sido sin problemas, angustias, dudas y fallas. Pero la vida sigue y ha seguido; como seguirá incluso cuando me ausente de ella y algún rastro de lo hecho o dicho halle quizá modos de florecer en la voluntad de otros como no supe yo, acosado por premuras y ansiedades, hacerlo en su momento

Revisito ese año doloroso hoy, 29 de julio de 2017; a cuarenta años exactos de mi graduación como arquitecto, ya casi al filo de esta medianoche que nos asoma al vértigo angustioso de este otro 30, mañana; un día que, desde el abuso y la ilegalidad, augura tiempos complicados, signados por la confusión y amenazas cada vez más explícitas y en medio de una suicida anuencia pueril sobre la violencia (por venganza o exterminio; al final da igual y también quién la "justifique") como posible redención

Como creo que muchos, veo en este 30 un insensato empeño de imponer poder sin autoridad alguna ni voluntad de “constituir” el entramado de prioridades, responsabilidades y oportunidades que sea capaz de construir con espíritu republicano y sin atavismos tribales, con ánimo democrático y sin dependencias reverenciales, un país

Como creo que a muchos, la proximidad de este 30 me causa un vértigo de borde de precipicio; ese aciago desasosiego que induce la convicción de la imposibilidad, el fatalismo de lo terminal, la evidencia de lo inevitable, como si el extenso tiempo y la vida intensa de todos dependiera de un único día y la obsesión de unos pocos

No promuevo “auto-ayudas”, pero mirar hacia mis 30 me permite enfocar creo que con mayor tino este 30 que se nos encima como un deslave institucional; y justo como ominoso corolario de los cincuenta años del más reciente terremoto que sacudió mi ciudad, el único que conocimos y cuya destrucción recordamos

Vienen días difíciles y negarlo sería, más que ingenuo, tonto: 
    • llegamos a una situación de extrema gravedad nacional por la vulgar dilapidación y apropiación de dineros públicos, la destrucción del aparato productivo y la manipulación del hambre como instrumento de sumisión
    • a  pesar de la prédica “nacionalista”, vivimos el período de mayor desarraigo de nuestra historia, y este destino de inmigrantes ilusionados se ha convertido en una fábrica de emigrantes tristes, casi desolados y de todo nivel social
    • las devaluaciones anteriores resultan casi risibles cuando la moneda ha perdido tanto su poder adquisitivo y la inflación ha crecido de tal manera que no alcanzo a manejar los cantidad de números que me arroja la calculadora
    • el empleo ha caído tanto como la capacidad productiva y, con ello, los salarios y la posibilidad de hacer que rindan en una economía confiscada por el gobierno, por otra parte claramente incapaz de darle mínima operatividad
    • en mi campo, mientras la ciudad se deteriora cada vez más, escasean los proyectos pero abundan las inversiones multimillonarias, expresada en y las diseños arrogantes de muy escaso valor disciplinar pero gran dispendio
    • emanciparse es casi imposible y aún más escoger dónde se quiere vivir sino, si acaso, qué se puede pagar; mientras, se manipulan esas ansias como carnada de adhesión, la dispersión como ardid y los “anexos" son práctica cotidiana
    • se acosa a las universidades que no se someten y se sustituye la producción de conocimiento por la abyección del adoctrinamiento en las que lo hacen, condenando a una generación a la frustración de una paupérrima capacitación 
    • el horror ante los reportes diarios de muertos, por represión o por criminalidad, se va diluye progresivamente como una vaguedad estadística, como una recurrencia inevitable que “nos tocó vivir”; mientras no nos maten…
    • metabolizamos las angustias cotidianas en procesos de auto-destrucción plagados de enfermedades y afecciones para las que no se consiguen medicamentos, mientras los centros de salud pública están devastados
    • y ésta es sólo una lista somera realizada por mí, un privilegiado a pesar de la estrechez de mi pensión y casi cuatro años de desempleo de hecho: pero igual y afortunadamente, alguien que no debe doblegarse para obtener un poco de comida en una caja CLAP, ni depende de un “carné” de la Patria para acceder a programas de asistencia, ni tiene que acompañar obligado concentraciones para así no poner en riesgo la promesa siempre postergada de un apartamento mal construido y/o en una zona inaccesible, ni tiembla ante la posibilidad de que, al escucharse alguna critica que profiera, pierda acceso a cualquiera de estos derechos que le “garantiza” la “revolución” a cambio de sumisión
    • pero que igual y como en mis 30, advierte en el riesgo republicano del asalto orquestado por un régimen desgastado y enquistado, una inagotable y asfixiante fuente de frustraciones, dificultades, carencias, soledades y pérdidas que causarán mucho daño y heridas de lenta sanación
Pero después de este 30 vendrá el 31 y luego un agosto que se anuncia angustioso pero sólo tan angosto e inescapable como nuestras propias obsesiones, exclusiones, exageraciones y negaciones lo hagan. 

Y es que no podemos revertir lo que consideramos abusivo insistiendo en repetir lo que rechazamos, empantanándonos en la misma competencia de epítetos insultantes, descalificaciones jactanciosas, juicios cargados de prejuicios y opiniones sin razones

Nadie dijo que la tarea sería fácil, y menos cuando de lo que nos atormenta y decimos rechazar somos, en alguna medida, responsables todos, por acción u omisión; y por ello, su superación, que no es otra cosa que el reconocimiento de la diversidad (que es mucho más que una “tolerancia” condescendiente) y el respeto a la institucionalidad republicana (con toda la irreverencia que, acaso contradictoriamente, eso implica contra los modos tiesos de una formalidad tan fingida como las bravuconadas de los charlatanes) es también tarea de todos, entre todos, para todos y con todos

Por eso, y con la misma vehemencia con que hace dos semanas dije tres veces ¡SÍ!, mañana me abstendré de participar en un proceso violatorio de la ley, vejatorio de la dignidad de los más necesitados y nugatorio de una dignidad que proclama como bandera pero de la que denigra a través de los chantajes que perpetra mientras pretende adornar con abalorios sus intenciones totalitarias y su trasfondo indiscutiblemente delusorio

Porque aunque no es siempre fácil y casi nunca está exento de dolor y esfuerzo, sí es posible volver a empezar; con todo lo que ello implica de admisión de los errores propios, de discernimiento entre qué cosas recordar y cuáles olvidar, de entendimiento de los primeros rayos de un posible amanecer y, quizá sobre todo, de reconocimiento del valor del esfuerzo en rebelarse para, así, intentar lo más difícil: despertarse, identificarse, continuar…

sábado, 15 de julio de 2017

17

17

Comencé quinto año de bachillerato recién cumplidos diecisiete años

Diecisiete; los mismos pocos, muy pocos años que apenas alcanzaron a cumplir, entre los muchos (uno hubiera sido ya demasiado) manifestantes asesinados, Carlos José, Yelson, Neomar, Fabián, Rubén Darío y, por ahora, Oswaldo; los diecisiete con que mi padre vivió el fin de una guerra civil que le robó su adolescencia; como diecisiete años trabajó la profesora Yanet Angulo como juez en la Federación Venezolana de Canotaje antes de que un disparo la alcanzara en la cabeza en una protesta en El Tocuyo; y los escasos diecisiete de la Constitución que quieren derogar quienes creyeron haberla escrito a su medida pero ahora descubren que le quedó estrecha a sus notablemente engordadas ambiciones…

Comenzando, pues, quinto año y estrenando los diecisiete, dirigí con dos compañeros de curso una aventura editorial que nos llevó a lugares que ni conocíamos ni esperábamos y nos descubrió realidades que no podíamos sospechar cuando, un poco jugando a poetas y otro poco inaugurando rebeldía (“no sabíamos más, teníamos -poco más de- quince años”, decía la letra de una canción frecuentemente escuchada), decidimos escribir y publicar sobre cosas que veíamos y casos que vivíamos, sospechábamos inmorales y, por ello, creímos necesario denunciar

Así nació lo que llamamos “Kloacqa C.S.I.” y que apenas alcanzó tres ediciones

Contar la historia de todo aquello sería innecesariamente largo, impertinente para el momento y hasta una intrusión en la vida de algunos con quienes la compartí

Baste decir que desde la primera edición de aquel pasquín, distribuido pocos días antes de las vacaciones de navidad, nuestra aventura perturbó la paz idílica de un reputado colegio de Caracas en momentos en que, durante el primer gobierno de Caldera, se intentaba el proceso de “pacificación” destinado a incorporar a la “normalidad democrática” a los sobrevivientes de la guerrilla derrotada; paz, sin embargo, como sin conocimiento intuíamos e iríamos confirmando, construida sobre un entramado de mentiras calladas (todos conocían la verdad), complicidades escondidas (cada quien sacaba algún beneficio de su silencio) y perversiones extendidas (al amparo de una pretensión de moralidad que toleraba y llegaba a alentar violaciones de todo tipo). Paz, pues, que no era tal sino más bien una languideciente ilusión entre complacientes elusiones…

La navidad diluyó el impacto de ese primer número; o al menos así creímos

Cuando desde la autoridad del colegio nos propusieron la colaboración de un cura “chévere” para ayudarnos a corregir temas de redacción y ortografía, no sospechamos que nos imponían un censor; ni siquiera cuando, ya con el segundo número listo para imprenta, nos “sugirió” eliminar uno de los textos. Lo aceptamos para no dilatar más la publicación de esa edición y, con total ingenuidad, en esa página ahora obligada al vacío escribimos “aquí iba un artículo que borró un esbirro”; sin saber, lo juro, lo que significaba “esbirro” sino que sonaba insolente y sugería una atmósfera de novela policial

La frase fue la excusa que prendió una vertiginosa secuencia de hechos que aún hoy me sorprenden y más al percatarme de la brevedad en que ocurrieron

Nos suspendieron a los tres editores por una semana (hubiera sido difícil argumentar la expulsión definitiva de estudiantes de expedientes académicos impecables sin que la represalia resultara tan obvia como excesiva) y la decisión nos fue comunicada en una muy incómoda comparecencia de los tres, cada uno por separado, ante el rector del colegio. El interrogatorio a que nos sometió, con matices en cada “encuentro”, resultó para todos una experiencia humillante y nuestro primer encuentro con la inquisición. Y hoy, cuarenta y siete años después, sí sé lo que significan esta y la otra palabra…

A la salida de aquel regaño/interrogatorio/amonestación nos encontramos los tres, desconcertados y con la difícil tarea de comunicarle a nuestros padres el resultado de nuestra aventura; quedamos en mantenernos en contacto durante esa semana de asueto forzado

En esos días pasaron cosas que ninguno de nosotros anticipaba ni tenía la experiencia para manejar ni la suspicacia para descifrar

Recibimos una llamada tan extraña, citándonos a un lugar tan misterioso que hacía imposible rechazarla, aunque sólo dos de nosotros aceptamos asistir a la cita. Era para hacernos una entrevista en alguna de las revistas entre psicodélicas y subversivas de la época; en los liceos oficiales se manifestaba el “Poder Joven” (con el que nunca tuvimos contacto) y pensaban, asumo, que nuestra aventura representaba una penetración de ese movimiento en el epicentro educativo de la burguesía

Afortunadamente, quizá terminamos resultándoles demasiado sifrinos y esa entrevista (mal hecha y peor contestada) nunca se publicó

Pero sí un panfleto “secreto” que llegaba libremente a muchos (llamado, si no recuerdo mal, “Norte y Sur” y que se decía provenía de la CIA o el FBI, ¿ya qué más da?) que “denunciaba” explícita e irrefutablemente el financiamiento castro-soviético que estarían recibiendo esas células de penetración (o sea, nosotros…). Supimos de varias reuniones de padres y representantes que, contra esos “díscolos y sin duda drogadictos chicuelos” (es decir, otra vez nosotros…) exigían “justicia” con poco interés en ocultar los deseos de ajusticiamiento que suelen yacer tras esta palabra. También de varias llamadas de personeros del gobierno, padres de compañeros de estudios, “profundamente preocupados” por la evidente falta de control de las autoridades sobre lo que acontecía en el colegio y que ellos no permitirían vinieran a dinamitar unos carajitos (nosotros, claro) y, menos, desde el centro mismo de la dignidad moral e ideológica de la patria donde, por cierto, muchos de ellos habían estudiado. Una revista de chismes de farándula local que sustituía en mi casa, con menos costo, la necesidad de cotilleo del “HOLA” dedicó su editorial a ese “horror” y concluía afirmando que los enfermos autores de esos textos (nosotros, de nuevo…) sólo aspiraban, en su desequilibrio, “a arrastrar las cabezas sangrientas de sus padres por las calles del Country o La Castellana”; bastante lejos, por cierto, de la modesta sección al norte de Montecristo donde vivía con mis padres, pero una imagen que descompuso en llanto y desolación a mi madre. Otra llamada, aún más misteriosa, nos citó a un lugar en el que nunca habíamos estado y casi ni sabíamos donde estaba a unas horas de la noche que la hacían aún más irresistible; cuando llegamos al edificio, hediondo a fritangas y basura, nos pasaron de uno a otro apartamento, subimos y bajamos pisos, prendieron y apagaron luces, hasta que del fondo de un pasillo oscuro salió un personaje pequeño, con lentes de sol en medio de aquella casi total ausencia de luz, que nos habló de su reciente pasado guerrillero, de la decisión del grupo al que pertenecía de integrarse a la normalidad política pero sin traicionar sus convicciones y de la conveniencia de “incorporar voces jóvenes al movimiento para conectarse con esos grupos emergentes y ganarlos a la causa”, por lo que estarían dispuestos a secundar nuestros esfuerzos aunque, claro, no con dinero, pues el movimiento apenas empezaba, los escasos fondos debían cubrir los costos legales de compañeros aún encarcelados pero, quitando lo económico, estaban dispuestos, deseosos, ávidos de apoyarnos

Al expulsarnos por esos siete días quizá los curas buscaban sacarnos de escena mientras controlaban daños al interior y exterior del colegio y es probable que también hayan pensado que esos días de castigo nos harían reflexionar, por miedo o por reprimendas en nuestras casas; si tales fueron las intenciones, hoy veo que ninguna les funcionó. Los tiempos cambiaban y resistirse a entender, atender y manejar lo que con ignorante intuición denunciábamos (tan cierto que había disparado tantos y tan poderosos resortes) pronto se comprobaría inútil y hasta tonto; y a nosotros esa avalancha de eventos en que nos envolvió una notoriedad no buscada ni entendida no sólo diluyó cualquier atisbo de vergüenza o arrepentimiento sino que nos pareció confirmaba nuestro logro: ¡no habíamos estado en Woodstock pero habíamos conmocionado el sistema desde uno de sus colegios emblemáticos! 

No tardé mucho, sin embargo, en darme cuenta que todos estábamos errados

Erramos nosotros al pensar que hacer lo que considerábamos justo y decirlo nos convertía en héroes predestinados por la historia a cambiarla al solo impulso de nuestra voluntad; erraron las autoridades (del colegio y nacionales) al desatar una barrida represiva pensando que la basura puede esconderse bajo la alfombra del silencio por miedo; erró la élite nacional, representada por aquellos indignados padres, al señalar culpables antes de examinar sus propias culpas; erró el liderazgo político, el establecido y el emergente, al menospreciar unos el valor de una reacción espontánea e insistir en ver conspiraciones detrás de actos ingenuos pero sinceros y pensar los otros que los proyectos políticos se ensamblan arrimando afinidades aparentes sin comprobar ni compartir la realidad y profundidad de convicciones y motivaciones; erraron los “analistas internacionales” al aplicar sus etiquetas pavlovianas sin siquiera tratar de entender qué pasaba y por qué o, pienso hoy, para evitar que otros entiendan lo que ellos saben y prefieren desconocer para que no se conozca; y erraron los medios al buscar llenar páginas con asunciones oportunistas, alarmistas, simplistas y sencillamente huecas

Erramos, pues, todos al no entender que los instantes son importantes y hasta determinantes pero nunca concluyentes; al confundir coyunturas con metas; y al considerar logros finales y compartidos lo que eran sólo fases de proyectos que coincidieron en un momento para luego irse desarrollando por separado; como debe ser, por cierto, para que la diversidad se imponga sobre cualquier forma de uniformidad y logre ensamblar a partir de la no siempre calma discusión de lo que pensamos unos y otros ese nos-otros que, porque se niega a vernos como idénticos, construye la verdadera identidad. Errores de entonces que, tristemente, uno ve repetirse tanto que a veces piensa si serán mañas atávicas pero se empeña en alertar sobre ellas y los riesgos de insistir en irreales lecturas de la realidad que alimentan realidades paralelas y la peor forma de ignorancia posible: insistir en ignorar lo evidente

Aquel año ciertamente me marcó pero no lo evoco con la tierna añoranza de la canción de Violeta Parra que tantas veces, entonces y después, me ha emocionado en diferentes versiones y he intentado con mis escaso talento vocal...


Pues no quiero “volver a los diecisiete”

Viví aquella edad (como las que tuve antes, las muchas que he tenido después e intentaré vivir las, espero muchas, que me resten) con la intensidad que pude y supe hacerlo y hoy quiero mirarla sin el pantano de la nostalgias y el peso de sus fardos. No uso espejos retrovisores (ni siquiera al manejar, lo confieso) para explicar el presente y, mucho menos, para imaginar lo que deseo, me planteo o espero me sorprenda en el futuro; para vivir con igual intensidad las luces retadoras que me ofrezca y el esfuerzo por sortear las sombras que me atraviese

Reivindico, no obstante, del recuerdo su capacidad de re-cordar: de recuperar para el corazón (éste, actual, latiente) la intensidad actual de lo que, por haberlo vivido, nos constituye sin constreñirnos ni consolarnos sino retándonos con sus alertas y confirmándonos que es tan falso el fatalismo del “ya nada es posible” como el triunfalismo de “ya lo hemos conquistado todo”; que todos son tramas en permanente desarrollo, entreveradas con otras que se nos cruzan y algunas se quedan mientras otras se disipan o apagan. Pues sólo los seres humanos morimos, pero no los procesos ni las sociedades ni los entornos de los que participamos y sobre los que actuamos, que siempre nos sobreviven aunque frecuentemente de modo distinto al que esperábamos: a veces para nuestro agrado y otras para indicarnos que toca seguir remando…


Voy concluyendo estas reflexiones cuando comienza a anochecer la víspera de lo que anticipo será el día de mayor importancia  ciudadana de los que me tocará vivir y, también, a muchos de los pocos que las lean

En el transcurso de esta densa trama que venimos viviendo, de la que participamos y a cuya espesura, por acción u omisión, en varias formas pero todos de algún modo hemos contribuido con algún error y, no pocas veces, insistiendo en ellos, nos alcanza el momento de alterar ese curso en un evento único, verdadera rebelión republicana ante un gobierno que ha asaltado el Estado en perjuicio de la Nación y como integrantes legítimos, sustancia misma de esa Nación, construida por la suma de todos nos-otros

Mañana, 16 de julio, lo que se anticipa será una abrumadora cantidad de ciudadanos expresaremos nuestra opinión en una CONSULTA POPULAR que no sólo implica desconocer el gobierno central (el término que acabo de utilizar ya lo hace, pues ha sido “prohibido” desde el poder) sino, quizá más relevantemente: 
1.- desconocer la institución que, obligada a respetar y hacer respetar nuestro derecho a elegir, nos ha secuestrado ese derecho entre triquiñuelas que retrasan hasta imposibilitar el ejercicio de lo que es legal y apuran e improvisan hasta la procacidad lapsos de lo que no lo es para impedir lo que debe ser
2.- ignorar las amenazas ya nada sutiles del amasijo leguleyero que ha liquidado la separación de poderes y hace inútil intentar diferenciar una sentencia de un arrebato, una declaración, otro circunloquio o una falacia más o si viene del TSJ, la Defensoría, CONATEL, un diputado alzado e incapaz o del patuque que conforman y los soporta 
3.- y hacerlo, por primera vez, sin el oprobioso tutelaje militar sobre el más cívico, civil y civilizador de los actos ciudadanos en una República: expresarse democrática, libre, republicanamente

Ninguno de estos desconocimientos es, ya en sí, poca cosa y cada uno de ellos es motivación suficiente para ser parte de este proceso inédito de aún incalculables pero previsibles repercusiones políticas

Pero no volvamos a errar

Nada concluye este domingo 16; ninguna tarea queda hecha ni hay capítulo que cierren unas cuantas horas de euforia por cumplimiento con uno mismo, lo que cree y lo que entendemos es un deber con la República desde el ejercicio pleno de nuestra ciudadanía


En gerundio y en plural, como se estructuran, se desarrollan y operan las tramas existenciales y sociales, la trascendencia de este 16 no está en los adjetivos con los que nos esforcemos en calificarlo sino en lo sustantivo que, en el tiempo, como proceso, entre todos y hacia adelante sepamos ir ensamblando a partir del lunes 17

Pues sí, este lunes, “el primer día del resto de nuestra historia”, será 17-7-17; curiosa pero nada accidental simetría que, contra lo que pudieran pensar posibles incrédulos, representa para mí, a la vez, un augurio y un reto. El número es casi un palíndromo, esas palabras que se leen igual desde el extremo por el que se comience la lectura hasta encontrarse en el centro con un signo que, como un espejo, construye profundidad para reconocer (otro palíndromo…) la sustancial proximidad de extremos que se asumían muy alejados y que al encontrarse en el propósito común de constituir un “significante” con significado amplio y compartido, se concilian para seguir hacia adelante; sin renunciar a sus diferencias pero venciendo las distancias para construir encuentros

Ésa será, creo, la tarea más importante y sin duda la más difícil cuando, superado con éxito el 16, aceptemos el desafío de identificar y articular lo que somos (otro palíndromo…) aprendiendo a rever que siempre que conversamos dos es con el objetivo de hallar modos de ser tres y que, como las preguntas del domingo, en tiempos de negación, exclusión y represión nada es más subversivo que afirmar(se) y más si resuena en el eco de la repetición: SI, Si y SI

Dentro de cuatro años cuadriplicaré los diecisiete que tenía cuando sucedieron los hechos relatados. Quizá entonces pueda mirar los de la actualidad con una distancia crítica que hoy me es obviamente imposible, Espero entonces encontrar menos errores sin evadir los que toque asumir

Y, sobre todo, espero que estos últimos diecisiete años nos hayan enseñado a aprender todo lo que nos falta por admitir, procesar, metabolizar, articular e imaginar en los muchos que nos quedan como Nación y, ojalá, a quienes con tanta paciencia me han acompañado hasta estas líneas con las que cierro ya esta nota

A eso apuesto

¡SÍ! ¡SÍ! Y ¡SÍ!





P.S. El día de mi graduación de bachiller, pocos meses después de los incidentes al inicio de esta nota y un mes antes de cumplir dieciocho, busqué al Rector del colegio, el mismo que me había expulsado de su oficina al tiempo que me anunciaba la sanción que me suspendía por “al menos” una semana, para saludarlo con afecto nada impostado. En aquel momento (la juventud es siempre irreverente y hasta arrogante) lo consideré un triunfo, casi una lección que este zagaletón le propinaba (ése sería el término) a aquel cura reaccionario sobre tolerancia. Hoy entiendo que, sin saberlo entonces, la misma intuición que me había hecho cometer imprudencias antes me había llevado a un gran acierto: los rencores guardados terminan corroyéndonos y mirar a quien piensa distinto como enemigo nos somete a la prisión de nuestras miserias. 
Al menos eso espero aprendí de mi tránsito a través de los diecisiete…