domingo, 17 de mayo de 2020

DE LA BOLALOGÍA COMO CIENCIA (OCULTA…)  
Publicado el 11 de marzo de 2014  en el diario  "El Nacional"

Parece convenido que los testículos, también llamados “bolas”, son los órganos vitales del coraje y el esfuerzo.
Aplicábamos ya eso de “fulano tiene bolas” al que parece osado, “zutano le echa bolas” al que actúa dedicadamente o “a mengano le faltan bolas” si medita alguito antes de actuar, pero ahora queda claro que sin bolas no hay paraíso. Como el superlativo de esta valentonatomía es ser “cuatriboleao”, cabe inferir que la duplicación del kit estándar potencia, quizá al cuadrado, la valentía del portador, posible origen de la expresión “perencejo las tiene cuadradas”. Tan excepcional configuración, asumo, debe producir aristas más marcadas en la bravura, tanto como extrañas modalidades al encogimiento genital que suelen producir los fríos… 
Otras cosas intrigan sobre estos equipamientos dobles y geometrías atípicas. 
En defensa de mi género y aunque sea poco elegante, puedo asegurar que cuando un hombre se rasca o acomoda sus partes en público no es siempre por exhibicionismo o pura mala educación (aunque hay de todo) sino porque las susodichas suelen descolocarse o picar, reclamando atención urgente que, es verdad, podría proveerse más privada y discretamente. ¿Cuánto incrementará tales descolocaciones y picazones un segundo par que, además, si va a los lados del usual debe dificultar andar y si va delante o detrás aumentar el riesgo de aplastamientos accidentales que, lo garantizo, pueden ser muy dolorosos con apenas dos, así que con cuatro deben ser terribles? Para no hablar de su cobijo diario, aún usando boxers…
Por su importancia antropo-sociológica, considero imperativo sustituir las mujeres barbudas y niños con tres brazos de los museos de cera por muestras didácticas de estos ejemplares ejemplos, así como declarar artículo de fe el cuatribolismo o bolicuadrismo de nuestros próceres. Y que, entre ellos, todo supremo tiene, nadie ose dudarlo, su par duplicado y cuadrado (lo que hace aún más admirable aquella campaña a caballo…). 
De estas rarezas anatómicas parecen exoneradas las mujeres pues no se dice que las haya cuatriovariadas o ovaricuadradas, aunque sí unas cuya audacia les impide usar falda o “se le verían las bolas”; partido único del temple, queda acreditado.
Como la dotación viene de fábrica, sorprende la ausencia de testimonios sobre el glorioso aunque capcioso momento de recibir un niño con tan inusual equipo o niñas sospechosamente hermafroditas, preguntándose si serían monstruos o adalides (categorías probadamente cercanas) y a cuántos futuros héroes le habrá negado algún curita intransigente nombres como “del Eterno Cuaternario”, sólo por no estar en el santoral, y encasquetado un “de la Santísima Trinidad”, aún arriesgando emascular a fuerza de agua bendita un cuarto de su misión. Misterios, pues, de la “bolalogía” como ciencia; oculta, por elemental recato…
Infinitos, indispensables estudios requieren asuntos que aún no entendemos quienes apenas contamos con “modelo básico”: el coraje que añaden uniformes acorazados que quizá las traen tipo quita-y-pon; el encanto afrodisíaco de una colección de micrófonos; la relación entre pluribolismo arrebatado y miopía funcional; la correspondencia entre cuadratura hormonal y deslenguamientos de teclado (preferiblemente a distancia, claro) o ante una cámara (pero detrás de un podio blindado; cuatriboleao pero no huevón…); el uso de seudónimos para disimular virtudes antes de arremeter contra todo el que diga o me parece que dice algo que a mí no me parece; el embelesamiento mántrico de remachar consignas; las armas largas como sublimación fálica; el erótico perifoneo desde otro país; el temple de entregar el alma disparando contra desarmados; o la demolición de retrovisores por motos vertiginosas (entendida la presión de asientos sin previsión para acomodar tan infrecuente instrumental…) como evidencias de cuatri/cuadribolismo. 
Como soy de los que apenas carga un piche parcito, temo confesar el temor de confesarlo, no vaya a venir un cuatriboleao arrecho, valga la redundancia, a cortármelo; recordaba Cheo Feliciano que “de cualquier malla, sale un matón, ¡vaya!” 
Y sí: temo. Temo los restos de arranques torpes; que, “creyendo avanzar”, nos arrasemos destruyendo lo logrado; la canallada de azuzar batallas inventando infamias; la jerga confrontacional como habla cotidiana; y, principalmente, que a fuerza de cuatribolismo y bolicuadrismo olvidemos que el país lo hacen ciudadanos más que héroes; buenos para efemérides, pero lastre engorroso para la compleja sencillez de la ciudadanía de a pie. 
Intuyo paralelismos entre el voluntarismo (¿se escribirá con “B…”?) del cuatriboleaísmo y el de las proféticas bolas de cristal; pues mágicas como son ambas peculiaridades, sus designios suelen ser equívocos y pueden, en un trance de mala suerte del que no se libra ni el titán más poderoso, romperse en fragmentos que no retoñan. 
Pero ¡cómo cortan y acatarran…!                                                                                     

martes, 7 de abril de 2020

EL PAPEL DEL PAPEL
Publicado en el diario "El Nacional", 22/04/2014






Los arquitectos conocemos bien dos formas veladas pero muy corrosivas del insulto.
La primera, sondearte para un encargo agitando la mano como quien espanta moscas mientras con una sonrisita indulgente te preguntan si podrás hacer “unos dibujitos ahí…”; la segunda, descartar una idea no convencional llevándose las manos a la cabeza y, como pontificando, proclamar: “¡es que el papel lo aguanta todo…!”.
Estos dos tipos de ofensa (que quizá ni se proponen serlo) comparten mucho más de lo que, seguramente, advierten o admitirían quienes las pronuncian.
Sugerir que hacemos “dibujitos” para plasmar en “papel” futilidades personalísimas afirma, disimulada pero arrogante e ignorantemente, que más que ideas tenemos antojos: carambolas que si atinan es por puro azar. También y por igual, ambas ofensas reconocen de hecho debilidades propias: la de no saber hacer “dibujitos” y la de no atreverse (por limitaciones o pereza) a explorar otras opciones. Reacios a reconocer tales carencias, se descalifica para decir, tácita pero directamente: “tú que dibujas, no pienses; grafica lo que yo ya sé que quiero” o “si ya lo hemos hecho así; ¿para qué ahora pensar otra cosa?”. Tras varias frustraciones, uno aprende a sacarle el cuerpo a quien te pide “un dibujito” y a no trabajar con quien te saca lo del “papelito aguanta todo” cuando lo sacas de su zona de confort. Los primeros desconocen el valor de lo que haces y difícilmente admitirán que conlleva un costo; los segundos, autoproclamados garantes del rigor, sólo saben de rigidez y lo paralizan todo. 
No busco aquí reivindicar el trabajo del arquitecto, sino destacar la similitud de estas malas mañas con otras que todos venimos sufriendo, leyendo, viendo y viviendo.
Pedir “un dibujito” se parece mucho a reclamar “un discursito”: ambos solicitantes esperan recibir lo que ya consideran la única respuesta a lo que simulan preguntar, sin más pensamiento ni diferencias. Como quien lamenta la permisividad del papel al perdona-vidas “deseos no empreñan…” de quienes aborrecen la conflictividad cotidiana pero niegan otras opciones y califican a quien la busque de incauto, si no de traidor; o ambos.
No es verdad que delinear rutas sea un juego banal y, mucho menos, venal; ni que el papel (o el micrófono o la pantalla) aguante todo y, menos aún, que todos debamos aguantarlo.
De lo primero dan cuenta los fracasos de acciones que uno presume fueron al menos someramente esbozadas antes de acometerlas y de lo segundo las distintas formas de asfixia (multas, suspensión de pautas publicitarias, cese de concesiones, trabas aduanales o bloqueo de divisas) con que se busca impedir que caricaturas, fotos o palabras lleguen, papel mediante, a la calle, tanto como el empeño en imponer una hegemonía monocromática a pantallas y portadas, del rosado más anodino al más “comprometido” rojo.
Como, por avances tecnológicos y atrasos institucionales, modificamos nuestras formas de comunicación y con ello los trazos que utilizamos y sus superficies de soporte, hoy la pantalla (de televisor, computadora o celular) cumple el papel del papel, dejando indeleble registro digital de muchos papelones perpetrados. Pues si también la pantalla aguanta todo, no siempre se aguanta todo lo que sale en pantalla…
Por televisión vemos cómo a unos diputados se les corta inclementemente el audio mientras otros disfrutan de la relatividad del tiempo y alargan sus intervenciones sin límite ni sentido. Por twitter comprobamos que el teclado sustituye, por igual, cacerolas para drenar rabias y dianas para convocar batallas y también estimula la generación express de líderes de ocasión. Comparten todos un exhibicionismo declarativo y una adicción a sumar seguidores y retuits, como en los 15 minutos de fama que preconizó Warhol, pero versión 2.0; para todos “la gente” o “el pueblo” mandan y es signo de traición negarse a repetir sus consignas. Sin importar en ningún caso a quién ni cómo se salpique, estos garabatos comunicacionales desconocen que la posibilidad de decir lo que se piensa exige la responsabilidad de pensar lo que se dice. Pues también con palabras arteras se destruye, como evidencian dolorosamente demasiados ejemplos, desde hace ya demasiados muertos. 
No trata de dibujitos ni divertimentos insignificantes la tarea que nos toca a todos: trazar perspectivas claras para caminos aún difusos y que debemos urgentemente ir esbozando para evitar el abismo; y no entre globos de papel que inflen los egos, sino intentando darle forma apropiada a un país que seguirá siendo imposible mientras permanezca partido y enfrentado.
Ante ese impostergable reto, desdibujados o empeñados en borronearlo todo, no todos parecen capacitados para aguantar su papel.
Y eso sí es grave. 
Comienzo a rescatar algunos artículos publicados en el diario "El Nacional". Antes podían consultarse en el archivo digital de ese periódico, pero como ya no existe, los pongo aquí para que los lea o recuerde quien pueda estar interesado; o sencillamente aburrido...

Al volver a leerlos me ha sorprendido que mantienen algo de su vigencia. No creo que ello hable de ninguna virtud en los escritos, sino de una quizá alarmante recurrencia de problemas nuestros. Y, en ese sentido, van con la intención de estimular esa reflexión y quizá algún comentario subsiguiente

Empiezo con uno que salió publicado el 25 de marzo de 2014





EL  PERVERSO  ENCANTO 

D    E       L    A 

                             C U R S I L E R Í A           

Dicen que Einstein dijo alguna vez que sólo conocía dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana; y que de la infinitud del universo no estaba tan seguro. Hoy tiendo a pensar que, quizá saturado de ecuaciones, don Albert olvidó incluir en su recuento a la cursilería.
Como el universo y la estupidez, la cursilería es no sólo infinita sino pródiga en matices y sortilegios. El bolero más cursi resulta sublime cuando lo canta Tito Rodríguez; unas cursis flores de plástico, sucias y decoloradas, enternecen cuando honran una imagen en una capilla solitaria pero estremecen cuando, sobre una cruz en la carretera, recuerdan un accidente y sus muertos; las cursilísimas tarjetas del día de la madre lo son para todos menos para su destinataria que, emocionada, ve en ellas trazas de un nuevo Neruda o un redivivo Reverón. 
La cursilería traspone la emoción al insondable mundo de la emotividad, donde se funden y confunden sentimientos y sensiblería con entusiasmo tal que privilegia ternura y pasión sobre cordura y razón. Entresijos que descifran con exactitud científica los buhoneros, siempre con la bandera, bandana, gorra o pañoleta propia a la circunstancia (navidad, mundial de fútbol, temporada beisbolera o concentración política); tanto que no sé si rotulan las consignas al momento, si sus proveedores son expertos analistas de la polarización y guardan toletes equivalentes de cada modelo o si tienen impresos sus 30 millones de cada grupo, por aquello del “uno nunca sabe…”, la volatilidad de los mercados y tal. Pues todos sucumbimos a ella en un país signado por la cursilería de puro dispendioso en telenovelas y misses y ahora despliegues militares; espectáculos todos y cada vez más parecidos, además. 
Hay mucho de Lupita Ferrer, con todo y amenazadora mirada de “¡ya tú vas a ver!” en la grandilocuencia de generales que anuncian operativos como prestos a acometer una hazaña heroica; o en la épica descripción durante los desfiles del linaje de batallones marchando con pasos y gestos aprendidos, curiosamente similares a los de la temblorosa concursante que cruza la pasarela con su cargamento de lentejuelas mientras, con idéntica impostura, alguien exalta los “recamados de cristal” entre compases monótonos que uno ya ni oye. No como el “chán-chán” sonoro que cierra cada capítulo de la novela, simulando suspenso sobre un final que todos conocemos desde que, empezandito, asoma la pareja hermosa llena de secretos inconfesables; o el tronar de aviones practicando sobre la ciudad sus piruetas para algún acto que lo pone a uno, simultáneamente, a gritar imprecaciones y a buscar un rosario, no vaya a ser que el aparato sea de los de reciente adquisición, tan adictos ellos a caerse; y de modo nada cursi, por cierto.
La perversidad de la cursilería, bien lo define la Real Academia, radica en su afán de “mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados”, es decir: engañifas. Que aceptamos aunque las identifiquemos; seguramente porque necesitamos, más aún en estos días, aferrarnos a algo que nos redima de tanta realidad y chapotear, siquiera un ratico, en algún esplendor.
Quizá por eso, extremos supuestamente antagónicos comparten iguales simplismos y excesos: embojotamientos tricolores con cara de “¡hasta el infinito y más allá!”; ligaítos de insultos al contrario y promesas de improbable cumplimiento para la fanaticada; disfraces de pioneritos o mártir, es lo mismo; melodramas sobre la maldad ajena que amarga el presente y las dulces maravillas que guarda el futuro para “nosotros, los buenos y elegidos”; ceños fruncidos al espetar amenazas y cejas caídas a lo Virgencita Dolorosa al implorar confianza; conmovedoras viñetas familiares contrabandeando credos políticos; absolutos del tipo “todo/nada”, “siempre/nunca”, “sin-retorno/no-volverán”, erosionando las escasas, seguramente imprecisas y hasta ambiguas oportunidades de reconocernos; vítores a la inmolación sin reparar (o saber o poder o querer hacerlo) que el futuro lo harán quienes estén vivos y será débil si lo fundamos sobre llanto; la adopción unánime como neo-himno nacional de una canción que compusieron dos españoles sin conocer el país para un disco del Puma en el que no cupo y que fue rescatada para, ¡muérete!, un hiper-colorido número de faldas agitadas en un Miss Venezuela; idéntica entrega de la identidad personal al efectista pero ominoso “todos somos éste o aquélla”; exacto cinismo para inducir temores y alentar atajos, ordenar ataques y promover venganzas, detectar el menor error ajeno y eludir las mayores responsabilidades propias; y, en aterradora simetría, múltiples injertos de corazones, estrellas y boinas para rendir culto a personalidades ya en el más allá y atroces imágenes del más acá cosechando chorrocientosmil “likes”, RT y cadenas en twitter y facebook hasta reducir el horror a su peor humillación: la de meras estadísticas que, extraviadas en cuentas, pierden cuenta de todo al perder todo en puro cuento. 
Esto sería otra curiosidad antropológica, incluso explicable entre tanto ánimo herido y esperanza rota, si la perversidad de la cursilería no indujera choques de los que nadie saldrá ileso. 
Pues aunque el universo, la estupidez y la cursilería sean infinitos, la vida no lo es y cada una cuenta; cada pérdida duele igual y no la restituyen vigilias plañideras ni condecoraciones póstumas, fanfarrias ni fanfarrones. La sangre sólo es útil para mantenernos vivos, no encharcando asfalto; y el liderazgo es bastante más complejo y exigente que el estrellato, los “selfies” y los lemas destemplados de quienes ni atienden ni entienden ni, por lo visto, aprenden que sus bravuconerías ahondan las fracturas y nos extravían en el desamparo. 
Precisamente porque los afectos están lastimados toca, sin afectación y con extrema efectividad, identificar la tenue, a veces frágil y evasiva, siempre crítica línea entre la historia y la histeria.
O el perverso encanto de la cursilería nos consumirá a todos.