sábado, 29 de julio de 2017

30


Terminé mi post-grado pocos meses antes de cumplir 30 años

Con una beca de FUNDAYACUCHO (un programa cuyo impacto en la Venezuela de finales del siglo XX y la[s] que vendrá[n] aún no se ha evaluado cabalmente) pude, como otros venezolanos, estudiar en una de las universidades más prestigiosas del mundo

Algo que nunca hubiera podido hacer sin ese auxilio del Estado


El programa de becas de FUNDAYACUCHO estaba financiado por una bonanza petrolera que, aunque palidecería al compararse con la de inicios de este siglo, significaba para la época un hecho inusitado. 

Aquel “boom” creó también grandes distorsiones en nuestros comportamientos (el famoso “‘tá barato, dame dos”), convirtió la corrupción en pandemia, reforzó la dependencia de todo y todos con respecto al gobierno central, “naturalizó” el manejo discrecional de bienes públicos por el gobierno, degradó la dignidad de una sociedad más interesada en acercarse a esa pródiga teta que en temas tan complejos como honestidad o eficacia y debilitó nuestra capacidad productiva doblegándola a la facilidad de importar “necesidades” suntuarias que nos convirtieron en emblema continental de la banalidad; efectos negativos que sin duda marcan lo peor de lo que hoy criticamos y que, aunque no es incierto que se han incrementado con los años, su historia propia abarca ya varias generaciones como parte de nuestro “sistema operativo” nacional

Aunque ése sería otro tema, tocará dedicarle pensamiento y acción pronto a especies tan necias como la del “éramos felices y no lo sabíamos…”. No entender la gravedad de las deformaciones que promueve nos condenará fatalmente a repetirlas con la desorientada pero insistente saña del ignorante pretencioso
Recibí confirmación de la beca y de la aceptación de mi aplicación cuando llevaba ya más de dos años dando clases en la misma universidad en que me gradué y asumí esta nueva fase de formación como una oportunidad para ampliarla y retornar así algo al país que pagó mis estudios de pre-grado y ahora lo haría por los de post-grado

El contrato que se firmaba con FUNDAYACUCHO especificaba la obligatoriedad de regresar al país, pero en mi caso, como en el de la mayoría de quienes entonces aprovechamos la posibilidad que se nos ofrecía, ésa era una cláusula innecesaria. Aunque algunos, pocos, se quedaron por allá, la mayoría mantuvimos la firme voluntad de regresar a Venezuela sin contemplar otra posibilidad

Cuando iniciaba mi último semestre de estudios recibí una llamada de una persona muy cercana (que hoy vive, con toda su familia, fuera de Venezuela) para sugerirme que buscara el modo de no regresar a este país “encaminado inevitablemente al desastre”. Mi respuesta fue tajante: si Venezuela está destinada al desastre, es MI desastre; si me rindo o no colaboro a evitarlo seré ya parte de él, aunque intente evadirlo con distancias falsas

Un mes después o así ocurrió el “viernes negro”

A la distancia no se entendía la magnitud de la debacle que aquellas medidas que hoy lucen casi anecdóticas vaticinaban. Mi mensualidad siguió llegando con regularidad y bastaba para costear mis gastos. Sólo tuve un percance cuando me rechazaron la tarjeta de crédito al intentar utilizarla; una operación que no sabía había quedado suspendida con el control de cambio implementado. Pero ni con ese incidente anticipé que comenzaba para mi el estado de “vivir en crisis” que ha marcado ya más de la mitad de mi vida y casi todo mi ejercicio profesional


No tenía, o al menos así me lo parecía, por qué: me esperaba en Caracas mi trabajo en la Universidad, con mejor sueldo del que ganarían mis compañeros de estudio; y también una práctica independiente con los amigos con quienes había fundado una sociedad antes de irme y que sabía iba consiguiendo contratos en aquellos años en que el abundante ingreso petrolero estimulaba la construcción, desordenada pero vibrantemente

Mis estudios terminaban bien, esos años fuera habían despertado inquietudes antes impensables, tenía nuevos amigos desde entonces entrañables y mantenía una relación sentimental con una persona con quien, a pesar de las diferencias de nacionalidad y planes de vida, no me costaba imaginar un futuro común

Así que, tras graduarme, organicé mis asuntos, me despedí del lugar y mis amistades, vendí algunas cosas, compré otras y regresé con el firme propósito de emanciparme para comenzar una vida nueva

Pronto supe que no todo sería tan fluido como había imaginado

Y llegué a mis treinta

Comprendí, no sin dolor, que la sociedad profesional que asumía plena y productiva estaba al borde de la quiebra, con más socios que contratos y más deudas que ingresos. Indagando por qué, entendí que, tácita pero enfáticamente, para mis socios la sociedad era una suerte de “hobby” complementario pues obtenían su ingreso de alguna otra fuente, lo que dejaba la oficina sola la mayor parte del día y se asistía a ella si había tiempo y para intercambiar incidencias sobre el “verdadero” trabajo de cada quien.

La distancia, quizá, enfrió la relación sobre la que había llegado a hacerme ilusiones de largo alcance; las cartas se hicieron menos frecuentes y más distantes; las llamadas telefónicas parecían caer siempre en un “tengo que salir corriendo”; y así, no sin pena, fui entendiendo que también ese plan pasaba al anaquel de los “hubiera sido”...

Aguardando los preparativos para los cursos que empezarían en septiembre y me ofrecerían un ingreso fijo, se me comunicó que mi contratación sería sólo temporal, con menor remuneración y posiblemente sólo hasta el venidero diciembre

Las posibilidades de materializar mi propósito de emanciparme se menguaron hasta hacer obvio que también habrían de congelarse por un tiempo

Con un empleo precario y una sociedad profesional que seguía al garete pero con menos trabajo, me ofrecieron sumarme al equipo de una nueva escuela de arquitectura en una universidad también nueva. La idea me llenó de ilusión aunque la paga era también escasa. Pronto noté, sin embargo, mis diferencias con el modelo docente propuesto y, más aun, con el concepto de la institución, concebida como universidad/negocio, temas que me distanciaban inevitablemente de lo que al principio pensé sería un gran proyecto. No recuerdo qué circunstancia nos permitió a todos concluir la relación antes de que mis insatisfacciones me hicieran renunciar o mis reclamos los hicieran expulsarme y todo concluyó sin pena ni gloria pero también, y al menos, sin conflicto

Más o menos en ese tiempo mi madre enfermó y en un mes murió. Seguramente el cáncer la estaba consumiendo desde mucho antes sin que nadie lo notara, pero la rapidez del proceso fue casi tan devastadora como su final

Y “heredé” una responsabilidad antes no contemplada: hacerme cargo de mi padre. Lo cual implicaba, ya definitivamente, abandonar los planes de emancipación incluso si hubiera logrado reunir los recursos para hacerlo

A las pocas semanas de la muerte de mi madre, una apendicitis descuidada derivó en peritonitis y me puso al borde de una septicemia que casi me mata. De hecho, llegué a convencerme de que no la superaría y me tocó empeñarme en revertir ese pensamiento pasivamente suicida hasta recuperar, con las vicisitudes de la convalecencia, la normalidad cotidiana. Aunque el proyecto de una vida nueva hubiera tenido que ser suspendido, no podía seguir retrasando mi retorno a la vida, de nuevo

Una complicación relativamente menor en esa primera convalecencia obligó a una segunda operación, realizada con éxito pocos días antes de llegar a mis treinta y uno, casi al tiempo en que se despejaba el panorama laboral en mi Universidad con un contrato fijo


Cerraba así en tono positivo y apuntando hacia un futuro también incierto pero previsiblemente mejor, aquellos treinta cargados de frustraciones, dificultades, carencias, soledad y pérdidas y que hoy recuerdo como el peor de mis años

Pero vinieron los 31 y luego los 32; como vendrán en un mes, otro 30 pero de agosto, el doble de aquellos 32 y espero seguir acumulando múltiplos

Claro que no todos los años que siguieron a esos apocalípticos 30, viviéndolos cada uno y viéndolos hoy a la distancia, han sido sin problemas, angustias, dudas y fallas. Pero la vida sigue y ha seguido; como seguirá incluso cuando me ausente de ella y algún rastro de lo hecho o dicho halle quizá modos de florecer en la voluntad de otros como no supe yo, acosado por premuras y ansiedades, hacerlo en su momento

Revisito ese año doloroso hoy, 29 de julio de 2017; a cuarenta años exactos de mi graduación como arquitecto, ya casi al filo de esta medianoche que nos asoma al vértigo angustioso de este otro 30, mañana; un día que, desde el abuso y la ilegalidad, augura tiempos complicados, signados por la confusión y amenazas cada vez más explícitas y en medio de una suicida anuencia pueril sobre la violencia (por venganza o exterminio; al final da igual y también quién la "justifique") como posible redención

Como creo que muchos, veo en este 30 un insensato empeño de imponer poder sin autoridad alguna ni voluntad de “constituir” el entramado de prioridades, responsabilidades y oportunidades que sea capaz de construir con espíritu republicano y sin atavismos tribales, con ánimo democrático y sin dependencias reverenciales, un país

Como creo que a muchos, la proximidad de este 30 me causa un vértigo de borde de precipicio; ese aciago desasosiego que induce la convicción de la imposibilidad, el fatalismo de lo terminal, la evidencia de lo inevitable, como si el extenso tiempo y la vida intensa de todos dependiera de un único día y la obsesión de unos pocos

No promuevo “auto-ayudas”, pero mirar hacia mis 30 me permite enfocar creo que con mayor tino este 30 que se nos encima como un deslave institucional; y justo como ominoso corolario de los cincuenta años del más reciente terremoto que sacudió mi ciudad, el único que conocimos y cuya destrucción recordamos

Vienen días difíciles y negarlo sería, más que ingenuo, tonto: 
    • llegamos a una situación de extrema gravedad nacional por la vulgar dilapidación y apropiación de dineros públicos, la destrucción del aparato productivo y la manipulación del hambre como instrumento de sumisión
    • a  pesar de la prédica “nacionalista”, vivimos el período de mayor desarraigo de nuestra historia, y este destino de inmigrantes ilusionados se ha convertido en una fábrica de emigrantes tristes, casi desolados y de todo nivel social
    • las devaluaciones anteriores resultan casi risibles cuando la moneda ha perdido tanto su poder adquisitivo y la inflación ha crecido de tal manera que no alcanzo a manejar los cantidad de números que me arroja la calculadora
    • el empleo ha caído tanto como la capacidad productiva y, con ello, los salarios y la posibilidad de hacer que rindan en una economía confiscada por el gobierno, por otra parte claramente incapaz de darle mínima operatividad
    • en mi campo, mientras la ciudad se deteriora cada vez más, escasean los proyectos pero abundan las inversiones multimillonarias, expresada en y las diseños arrogantes de muy escaso valor disciplinar pero gran dispendio
    • emanciparse es casi imposible y aún más escoger dónde se quiere vivir sino, si acaso, qué se puede pagar; mientras, se manipulan esas ansias como carnada de adhesión, la dispersión como ardid y los “anexos" son práctica cotidiana
    • se acosa a las universidades que no se someten y se sustituye la producción de conocimiento por la abyección del adoctrinamiento en las que lo hacen, condenando a una generación a la frustración de una paupérrima capacitación 
    • el horror ante los reportes diarios de muertos, por represión o por criminalidad, se va diluye progresivamente como una vaguedad estadística, como una recurrencia inevitable que “nos tocó vivir”; mientras no nos maten…
    • metabolizamos las angustias cotidianas en procesos de auto-destrucción plagados de enfermedades y afecciones para las que no se consiguen medicamentos, mientras los centros de salud pública están devastados
    • y ésta es sólo una lista somera realizada por mí, un privilegiado a pesar de la estrechez de mi pensión y casi cuatro años de desempleo de hecho: pero igual y afortunadamente, alguien que no debe doblegarse para obtener un poco de comida en una caja CLAP, ni depende de un “carné” de la Patria para acceder a programas de asistencia, ni tiene que acompañar obligado concentraciones para así no poner en riesgo la promesa siempre postergada de un apartamento mal construido y/o en una zona inaccesible, ni tiembla ante la posibilidad de que, al escucharse alguna critica que profiera, pierda acceso a cualquiera de estos derechos que le “garantiza” la “revolución” a cambio de sumisión
    • pero que igual y como en mis 30, advierte en el riesgo republicano del asalto orquestado por un régimen desgastado y enquistado, una inagotable y asfixiante fuente de frustraciones, dificultades, carencias, soledades y pérdidas que causarán mucho daño y heridas de lenta sanación
Pero después de este 30 vendrá el 31 y luego un agosto que se anuncia angustioso pero sólo tan angosto e inescapable como nuestras propias obsesiones, exclusiones, exageraciones y negaciones lo hagan. 

Y es que no podemos revertir lo que consideramos abusivo insistiendo en repetir lo que rechazamos, empantanándonos en la misma competencia de epítetos insultantes, descalificaciones jactanciosas, juicios cargados de prejuicios y opiniones sin razones

Nadie dijo que la tarea sería fácil, y menos cuando de lo que nos atormenta y decimos rechazar somos, en alguna medida, responsables todos, por acción u omisión; y por ello, su superación, que no es otra cosa que el reconocimiento de la diversidad (que es mucho más que una “tolerancia” condescendiente) y el respeto a la institucionalidad republicana (con toda la irreverencia que, acaso contradictoriamente, eso implica contra los modos tiesos de una formalidad tan fingida como las bravuconadas de los charlatanes) es también tarea de todos, entre todos, para todos y con todos

Por eso, y con la misma vehemencia con que hace dos semanas dije tres veces ¡SÍ!, mañana me abstendré de participar en un proceso violatorio de la ley, vejatorio de la dignidad de los más necesitados y nugatorio de una dignidad que proclama como bandera pero de la que denigra a través de los chantajes que perpetra mientras pretende adornar con abalorios sus intenciones totalitarias y su trasfondo indiscutiblemente delusorio

Porque aunque no es siempre fácil y casi nunca está exento de dolor y esfuerzo, sí es posible volver a empezar; con todo lo que ello implica de admisión de los errores propios, de discernimiento entre qué cosas recordar y cuáles olvidar, de entendimiento de los primeros rayos de un posible amanecer y, quizá sobre todo, de reconocimiento del valor del esfuerzo en rebelarse para, así, intentar lo más difícil: despertarse, identificarse, continuar…

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