s a c a r a C A R A C A S
Publicado en la edición de fin
de semana del periodico TalCual del 27 y 28 de julio de 2013
Fotomontaje digital, Enrique Larrañaga, 2013
Con la casi
religiosa asiduidad con que se celebran los cumpleaños de una abuela ya senil
que sonríe ausente aunque no entiende tanto festejo y entre varios que no
esperábamos ver y quizá ni querían venir, cada año, por estas fechas,
celebramos el aniversario de nuestra ciudad, como si sacar a Caracas de paseo nos eximiera
el resto del año. Por unos días le prodigamos loas con algo de nostalgia, mucho
de retórica y poco del amor real que da porque exige y exige porque da.
Quizá la
fiesta sea, como canta Serrat, olvidar al menos por una noche, una semana o un
mes, que “cada uno es cada cual” y simular intensidades que rompan la rutina
cotidiana. Pero este ardid que convierte por igual a funcionarios, opinadores y
ciudadanos en sacerdotes del exceso verbal y la escasez funcional luce cada vez
más efectista y menos efectivo. Pura bulla, pues…
Y no es que
durante el resto del año la ciudad se abandone del todo. A pesar de una
estructura político-territorial caduca y desigual, imprecisas competencias que
se usurpan y renuencia a colaborar entre entidades sólo separadas por fronteras
que diluye la cotidianidad, los alcaldes, metropolitano y municipales, van
haciendo cosas, aunque algunas no se entiendan y uno a veces hasta se pregunte
dónde están.
Es también
justo decir que en estos años los municipios identificados con las mayores
urgencias de la ciudad, Libertador y Sucre, han adelantado intervenciones
urbanas notables, asistido (casi a veces relevado) por la colosal muleta de
PDVSA el primero y el segundo supliendo sus precarios fondos con asociaciones
estratégicas. El Plan Catia y el ordenamiento de la redoma de Petare, el
programa “Espacios Sucre” y los parques en Libertador, la recuperación del
casco central y el de Petare, por ejemplo, demuestran que también la belleza y
el orden son derechos ciudadanos y que para sacar a Caracas del desbarrancadero
por el que se nos está yendo hay que tratarla y mantenerla con la amabilidad
que le exigimos y ahora vitalizarla desde sus nuevos o rehabilitados teatros
para impulsar una vida urbana más intensa y plena. Como, con sus
peculiaridades, tocaría también hacer con tantos otros enclaves en la ciudad y
que, si dejamos de verlos con el derrotismo masoquista que califica todo de
caos, notaríamos que ofrecen una diversidad que es quizá nuestra mayor riqueza.
Nuestra
geografía y las circunstancias de su ocupación hacen de Caracas un collage de
situaciones disímiles, cada una de notable coherencia e identidad. Como
arqueólogos pacientes y amorosos, toca ahora sacar a Caracas de la perversión de
instrumentos legales ajenos y caducos y atrevernos a “recordar nuestro futuro”,
es decir, a asimilar herencias y tesituras como un estímulo a la imaginación y
no otro catálogo de imágenes, sin atarnos a ellas con el conservadurismo
castrador que late detrás de mucho llamado conservacionista. Aunque duele, se
evita y no se desea, aceptar que la muerte es parte de la vida es signo de
madurez y sólo así se metabolizan y persisten las tradiciones, entre
variaciones que, a veces sin notarlo, traen el tiempo y el azar. Y para muestra
baste una hallaca o una Movida Acústica Urbana…
Afectiva y
efectivamente, iniciativas ciudadanas como “Ser Urbano”, “Masa Crítica”, “Caracas a pie”, “Bicimamis”, “Una Sampablera
por Caracas” y otras, consiguen sacar a Caracas a la escena pública.
Quizá por la espontaneidad de su dinámica, sus acciones a veces envían mensajes
ambiguos que alguna prensa trivializa, como el pacato estupor por la desnudez
de ciclistas denunciando su indefensión en el tráfico o la mirada festivalera a
serios reclamos a favor del peatón. Ligereza similar a la que, convertida en
pasividad, nos hace aceptar las manipulaciones proselitistas en la acción
cultural de Tiuna El Fuerte o el aislamiento físico y social de enclaves
cívicos como Los Galpones, Trasnocho o Los Secaderos, formas distintas pero
iguales de desvirtuar y alienar mensajes y actores de las que también toca sacar
a Caracas para construir ciudad y constituir civilidad a través del libre
ejercicio ciudadano de todas las oportunidades y manifestaciones. Más
inclusivos pero aún limitados a eventos puntuales, los “por el medio de la
calle” en Chacao, Los Palos Grandes o El Hatillo y las “rutas nocturnas” en los
museos y Plaza Bolívar denotan la sed ciudadana de encontrarse a disfrutar lo
urbano sin barreras para sacar a Caracas del desaliento.
Y es que Sacar
a Caracas debe significar, si no primero al menos a la vez, retar la segregación
física, simbólica y temporal de lo que puede y debe congregarla. Quizá ésta es
la misión más ardua pues estas fracturas se expresan en la ciudad pero no le
pertenecen: se las imponemos nosotros mientras seguimos quejándonos y buscando
culpables de miserias sobre las que nunca admitimos responsabilidad.
En este y
otros sentidos, sacar a Caracas de este pantanal exige meter lo
urbano en la agenda política y meter la política en el debate urbano, con
liderazgos claros y ciudadanía más informada, mejor formada y menos
prejuiciada. Política sin politiquería constreñida a lo electoral como rehén de
encuestas y a lo partidista como arqueo de cuotas, sino vivida como “polis y
ética”; liderazgos con capacidad de conciliación pero también convicción más
allá de la próxima votación; y ciudadanía que con coraje supere lo reactivo (y
hasta reaccionario) para asumir riesgos y cumplir deberes mientras reclama
derechos.
Es decir,
civilidad plena ejercida con consciente respeto y exigente madurez para, entre
ciudadanos libres de esta resignación a la imposibilidad que nos paraliza y
liderazgos incluyentes mas no complacientes, articular políticas que sepan sacar
cara por Caracas para desmontar la inseguridad y la violencia, alimentados
también y en el más vicioso de los círculos por nuestra propia y compartida
pasividad y ausencia.
Está
demostrado que la calle más peligrosa es la más solitaria y oscura y que lo
urbano es esencialmente cívico y civil. No es militarizando la ciudad para
escrutarnos a todos por “porte ilícito de cara sospechosa” que venceremos el
miedo y la violencia, sino recuperando la calle como espacio de encuentro, sin
darle la espalda ni nosotros ni nuestros edificios, sino tejiendo con y en ella
la trama de una cotidianidad articulada en ciudad como ámbito e invitación y,
sí, con los riesgos que ello implica; no mayores, por cierto, a los de toparnos
con un conductor ebrio o un vivo comiéndose la flecha.
Calles
profusamente iluminadas, con comercios y servicios abiertos hasta tarde en la
noche, a los que no sólo no se multe sino se recompense cuando sus vitrinas
complementen el alumbrado sobre las aceras para animar los paseos nocturnos y
con transporte público seguro y decente las 24 horas. Todo elloen espacios
respetuosos que, en toda la ciudad,
incentiven un respeto equivalente, como aquel casi mítico “efecto
Metro”, aboliendo de una vez y para siempre la trillada distinción entre
“formal e informal” que alimenta esta esquizofrenia urbana que nos tiene
quebrados.
Aunque
supuestamente antagónicos, gobierno y sector privado siguen la misma “lógica”
demostradamente fallida y contradictoria de pensar que sacar a Caracas de esta crisis
integral exige, con una mano y literalmente, vaciarla dispersándola (sea hacia
Ciudad Caribia o hacia el sureste) y con la otra especular saturándola (sobre
tierra barata atapuzada de metros cuadrados) sin considerar en nada el espacio
público. Perversiones todas que asumen la ciudad sólo como operación
inmobiliaria de rendimiento súbito (político, económico o, casi siempre, ambos)
y no como construcción cultural, cuya complejidad y heterogeneidad es
indispensable entender y atender para sacar a Caracas de este laberinto de
desencuentros y arbitrariedades y hacia algo que podamos sentir propio porque
lo reconocemos apropiado. De eso tratan y eso buscan la ciudadanía y la
civilidad, los logros más elevados pero también más frágiles de la humanidad en
su largo y accidentado camino hacia la libertad integral y su ejercicio. Y a
eso se debe su ámbito natural que es el espacio público, de la escalera a la
calle, de la plaza al paseo, del parque grande o pequeño a la acera limpia y lo
que cada uno contribuye al arraigo e identidad existencial del ciudadano.
Toca
revisar críticamente y sin complejos muchas asunciones que desgarraron ese
tejido fundamental, enmendar errores cometidos a su amparo, retomar caminos
abandonados por esnobismo o mezquindad y, quizá sobre todo, evitar el simplismo
y silencios que aconsejan las encuestas y el dogmatismo de opciones
excluyentes. Bien pueden coexistir la llamada “acupuntura urbana” con cirugías
de variada intensidad que, sin temeridad ni temor, prevengan metástasis
letales, ideas sobre lo que hoy luce imposible con obras de mantenimiento. Y
todo con la certeza de que una ciudad, por fortuna, ni se termina nunca ni es
jamás la suma simple de sus hechos aislados, sino el incitante entramado de
posibilidades y sugerencias que sus múltiples actores hacen y rehacen cada y
todos los días. Las ciudades no se hacen solas pero tampoco cambian, para bien
o para mal, sin la decisión de hacerlo; y, ya se sabe, eludir decisiones es el
peor modo de decidir…
Claro que reconocer (otro palíndromo…) que
para sacar a Caracas de esta aridez debemos superar las cárceles
mentales, físicas, sociales y legales a que la confinamos, celebrar su
multiplicidad y hacer accesible y cercano lo que separamos y alejamos no es
fácil ni será posible de sopetón ni sin esfuerzo; lo que sólo lo hace más
urgente. No estamos condenados a los ghettos que son, por igual, el barrio
sitiado por el hampa y la urbanización cautiva del terror, ni a la seguridad
falaz de centros comerciales que como voraces sumideros urbanos anulan el
espacio ciudadano de la calle y mucho menos a temer la noche ni rendirnos a
rejas y candados.
Pues sacar
a Caracas es también su reverso: meternos tanto en ella y metérnosla tan adentro
que no nos la podamos sacar sin que en ello se nos vaya buena parte, si no
todo, de lo que somos. Eso exige afinar métodos pero sobre todo objetivos;
directores y directrices tanto como tino ciudadano para escogerlos, vigilar su
trabajo y llevar adelante el nuestro. No es fácil, pero tampoco imposible.
A esa
responsabilidad estamos convocados este 8 de diciembre, con particular
intensidad ciudadana. De cumplirla cabalmente dependerá que podamos celebrar la
fuerza de la esperanza y no sólo el pasar de más años.
Desde la torre
Serie "La recámara", Ángela Bonadíes, 2012
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