miércoles, 13 de octubre de 2010


GRAZIANO GASPARINI

Y

La modernidad

QUE TENeMOS SIN SABERLO

Escrito en 2010




Es casi un lugar común aseverar que Venezuela entró al siglo XX en 1935.

La conseja vincula la muerte de Juan Vicente Gómez y la progresiva aparición de modos precaria pero progresivamente democráticos con la modernización de un país que experimenta insólitas trasformaciones y exhibe un eufóricamente excitante vértigo de progreso como signo de un destacado período de nuestra historia nacional, en el que no faltaron, también debe decirse, errores y horrores cuya ignorancia ocasionó problemas aún pendientes.

Aunque, ciertamente, la muerte de Gómez coincide con el advenimiento de formas sociales, políticas, urbanas, intelectuales y estéticas más “modernas”, la celeridad e intensidad de esos cambios no habría sido posible o, al menos, habría sido muy distinta sin la concurrencia de otros factores y actores.

A quienes habían venido buscando su cuota de bonanza petrolera se suma la migración (voluntaria o forzada) causada por las guerras europeas y en un lapso muy breve, se reúne en un país pequeño[i] un grupo numeroso y diverso de personas con distintos bagajes, visiones y experiencias que, sin espera, actúan sobre su nuevo hogar con intensidad y diligencia.

Aplicando lo que saben hacer, unos suman su sazón a nuestra gastronomía para darle su multiplicidad actual, mezclando sabores y construyendo tradiciones que a veces olvidamos son muy recientes; otros levantan edificios con técnicas aprendidas en su práctica y criterios enraizados en su subconsciente, que, al convivir con los de otros artesanos igualmente capaces con imaginarios distintos, crean la variedad de tipos arquitectónicos que aún hacen de cada una de nuestras ciudades una vivencial colección de fragmentos urbanos y formas edilicias; otros suman a la reconocida coquetería venezolana su conocimiento de costura y se convierten en modistas y sastres que dirigen el gusto de una sociedad ávida de nuevas tendencias; cada uno con su capacidad y ánimo, van logrando espacio y oportunidades en una sociedad tolerante, abierta y deseosa de reformularse, de lo que existen no pocos testimonios y amplios agradecimientos.

Pero al lado de estas hibridaciones cotidianas ocurren otras menos aparentes pero quizá más determinantes para la construcción de esa modernidad que, a mediados del siglo XX, nos cambia de manera rotunda, física, científica, operativa y perceptualmente.

Aunque paradójico, es fascinante que, entre otros muchos casos que puedieran citarse, el “pintor del ávila” (algo así como el retratista de la familia caraqueña), sea el barcelonés Manuel Cabré[ii]; que el polaco Ángel Rosenblat[iii] nos haya revelado el valor y significado de nuestras “buenas y malas palabras”; que el “Cantor de Caracas” sea el dominicano Billo Frómeta[iv]; que conozcamos los testimonios de quienes primero habitaron estas tierras por la indagación que, escudriñándolas, hizo otro catalán, José María Cruxent[v], o que el más emblemático arquitecto venezolano, Carlos Raúl Villanueva[vi], haya nacido en Londres y llegado al país casi cumpliendo treinta años.

Paradójicos y quizá mágicos, estos hechos dan al proceso su fundamento lógico.

Esas mentes indudablemente brillantes, curiosas, estudiosas, necesitaban entender el lugar que adoptaban como propio para actuar con, en y sobre él con propiedad, y para ello utilizan con rigor científico su conocimiento para aproximarse efectiva y afectivamente al mundo que requerían internalizar, apropiarse de él para rescatarse del extravío del exilio, en un intercambio entre evidencias exteriores y necesidades interiores, entre el tesoro que guardaba ese mundo nuevo y lo que el observador aguardaba para conocer el lugar y reconocerse en él.

De este modo, el esfuerzo iniciado por jóvenes locales en distintas áreas y subestimado por una sociedad contradictoriamente ávida de cambio y conservadora, consigue legitimarse a través de las ideas, métodos, imágenes y preguntas que, formal o informalmente, estos nuevos habitantes incorporan al temario de esa imprecisa pero decidida búsqueda de modernidad.

En estos términos, y mucho más allá de las circunstancias internas y externas que la facilitaron, la modernidad venezolana (que algunos hoy cuestionan, otros añoran y la mayoría parece desconocer) nace y se desarrolla a través de una, compleja, a veces accidental y complicada interacción entre el deseo de jóvenes locales por integrarse a un mundo cambiante con el que sólo lograban tener escaso contacto, la insistencia de algunos de ellos, formados en el exterior, por incorporar sus visiones a una realidad que se resistía a aceptarlas y el aporte científico (en el sentido de rigor investigativo y sistematicidad productiva) de quienes al llegar encontraron en este territorio prácticamente virgen la oportunidad de probar y compartir teorías de las que habían oído, otras que habían estudiado y varias que fueron imaginando, tanteando, dándoles forma o descartando en el campo mismo de sus estudios y exploraciones.

Cada uno de estos “nuevos venezolanos” dedicó su instrumental intelectual y mucho tiempo a entender qué significaba esa nueva parte de sí mismo que había decidido adoptar y, al hacerlo, reveló a quienes supieron entenderlo que en mucho de lo que veían como simple cotidianidad y acaso rechazaban por provinciano o simplemente “usual”, existía una rica y compleja gama de valores, posibilidades y responsabilidades a asumir. Y que esa asunción, ejercida con tanta precisión como afecto, capaz de adentrarse en las cosas sin prejuicios pero con cercanía, constituía la modernidad que se buscaba afuera y que el ojo menos contaminado del observador recientemente arribado permitía reconocer aquí y justo enfrente.

Al des-cubrir lo próximo y casi evidente, quitarle el velo de polvo o desapego que enturbiaba su reconocimiento, este ejercicio sistemático del conocimiento descubre, como bien dice Octavio Paz “que la modernidad no está fuera sino dentro de nosotros.[vii], tanto en el esplendor como en las miserias de esta tierra “inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda[viii] y que debe comprenderse y acometerse con dedicación para no sucumbir ni a la falsa glorificación ni al avergonzado desconocimiento de su cruda pero incitante verdad.

Es ésta la apasionada dedicación que evidencia la casi dolorosa belleza de las fotografías con que Graziano Gasparini reseña personas y edificaciones estoicamente erguidas en la inclemencia de Paraguaná o de los páramos andinos, pero, quizá más que nada, el orgullo con que casi en cualquier recuento de su vida Gasparini recuerda siempre el modo en que el diario El Nacional comentó su primer libro, Templos Coloniales de Venezuela (1959), reseñando que la publicación nos revelaba que “teníamos una arquitectura colonial sin saberlo[ix].

Alumno aventajado y dilecto de Carlo Scarpa[x] en la Escuela de Arquitectura de Venecia y su asistente en la construcción del Pabellón Venezolano para la Bienal en esa ciudad, Graziano llega a Caracas invitado por el gobierno de Rómulo Gallegos a pasar una temporada y una serie de circunstancias (entre ellos el derrocamiento de su anfitrión…) prolonga su estadía hasta su profunda e irrenunciable venezolanidad de hoy.

Uno puede imaginar a Gasparini, sin mucho trabajo y ávido de entender este nuevo territorio, con la visión comprehensiva de la historia aprendida de su maestro (que, como Lewis Carrol, sabía bien que “pobre memoria es aquélla que sólo funciona hacia atrás[xi]), viajando por Venezuela y registrando con su cámara fotográfica el desarrollo de su romance con ese territorio que va conociendo. Resuena el dramatismo del neorrealismo de De Sica o Rossellini en los duros contrastes de esas sombras casi cortantes sobre construcciones al borde de la ruina pero también, y quizá sobre todo, la conmoción ante su parca belleza, registrando detalladamente, encuadrando cuidadosamente y revelando dedicadamente los accidentes efímeros de siluetas arquetipales, contrastes extremos sobre formas atemporales y territorios desolados en los que apenas una figura que se asoma o un cerdo buscando alimento recuerdan que la vida sigue e indican la escala del mundo edificado en que busca desarrollarse.

Este conjunto de fotografías testimonia la internalización de Gasparini en el país a través de su arquitectura popular y viceversa: el trabajo profundo de un aguzado y vehemente investigador que mira, reseña, escruta para entender y acercarse, descubrir un mundo que ni él ni los que lo habitaban sabían que existía y que, a partir de esa sistemática reseña y su metódica transformación en publicaciones, es hoy un haber colectivo y referencia obligada.

Los muchos libros que sus viajes, fotos, estudios e investigaciones le han permitido publicar lo demuestran capaz de asumir con igual destreza la documentación histórica, la reseña cotidiana, la monumentalidad institucional y la intimidad doméstica, entendidas todas como componentes del continuo experiencial, temporal y funcional que conforma la cotidianidad que construimos y nos constituye. Otra de sus obras, el Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central, permitió a muchos, en tiempos en que casi parecía una mala palabra, explorar los significados y manifestaciones de la belleza en el mundo edificado como un exigente objeto de estudio e imprescindible condición de una vida plena. Las más de 250 restauraciones hechas en todo el país lo convierten en protagonista de una cruzada dedicada, en un país tan obsesionado por el futuro que parecía empeñado en erradicar su pasado, a incorporar al presente edificaciones muchas veces en ruinas, sobre cuya configuración previa rara vez se contaba con datos completos o ciertos.

Pudiera resultar contradictorio asimilar este interés del trabajo de Gasparini en comprender los valores tradicionales de la arquitectura local al referido esfuerzo de modernidad de la Venezuela de mediados del siglo XX. Y pudiera serlo si habláramos de modernismo (estilo con el que, por cierto, Gasparini produjo varios edificios de delicada belleza) o incluso de lo moderno como lo meramente actual. Pero lo que hace nacional y disciplinarmente notable el aporte de Gasparini es nada historicista comprensión de lo histórico que, como Mariano Picón Salas, sabe que “la tradición histórica no radica en la liturgia o el elogio convencional (…), sino en el espíritu libre y ecuánime, en la tranquila justicia y la comprensión que le prodiguemos (…) [para] que cada generación rectifique, amplíe o enmiende el trabajo de los predecesores[xii] y busca hacerlo con una “pureza (que) consiste en aceptar (…) las limitaciones de los medios que son específicos al arte[xiii], condición esencial de la modernidad, según Clement Greenberg.

Quizá la mayor demostración de esa aproximación disciplinar no historicista a la evidencia histórica como parte de un continuo en permanente evolución, transformación e hibridación, sean sus frecuentemente polémicas intervenciones en edificaciones de cuya existencia nos enteramos por su insistencia y en las que el arquitecto opera, simultánea pero diferenciadamente, como restaurador y como diseñador para ejercer, como su maestro Scarpa, un sentido propia y apropiadamente moderno de lo histórico, presente también en sus libros, lamentablemente no pocas veces abusados como recetarios de consolación simplista. En unos y otras, tanto como en sus fotografías, Gasparini no emula simplemente ni elude la obra que analiza, reseña o interviene sino que, con rigor pero sin temor, imagina, es decir, supone y recrea para darle imagen al tiempo, ese comprehensivo espacio que la modernidad entiende como incitante invitación y no simple sucesión cronológica[xiv].

Como la fotografía que construye con la pieza pre-existente una realidad que la contiene pero que no se limita a ella y una realidad llena de evocaciones sin las telarañas de la nostalgia, Gasparini establece con la historia un diálogo libre, a veces provocador y quizá hasta discutible, pero siempre metódicamente documentado, tanto en la relación escrita de sus hechos como en el hecho construido de sus relaciones.

Como el de tantos otros, el trabajo de Graziano Gasparini demuestra que la modernidad venezolana no resulta de la muerte de un individuo sino de la confluencia de muchas vidas, compleja en la diversidad y hasta contradicciones de sus visiones pero con idéntica pasión, profundidad y perseverancia para buscar, con la ardiente paciencia[xv] del rigor y el amor, en el mundo tangible lo que el presente guarda del pasado mientras aguarda el futuro, es decir, eso que teníamos y no lo sabíamos y nos toca ahora asumir.

Tal es la modernidad que aún nos espera (bien dice Paz que “la modernidad es una palabra en busca de significado”…[xvi]) y exige de nosotros similar precisión y pasión. Otra entre las muchas lecciones que Graziano Gasparini nos continúa dando y un motivo más por los que, como a pocos, le corresponde el agradecido apelativo de “maestro”[xvii].



[i] En 1936 la población de Caracas era de poco apenas 96.000 habitantes, y la del país 486.424 habitantes, según reseña Marco Negrón en Ciudad y Modernidad. El rol del sistema de ciudades en la modernización de Venezuela, 1936-2000, Ediciones del Instituto de Urbanismo-Comisión de Estudios de Postgrado, FAU-UCV, Caracas 2001.

[ii] Nacido en Barcelona en 1890, Manuel Cabré llega a Caracas en 1896. Muere en esta ciudad en 1984

[iii] Ángel Rosenblat, nacido en Wengrow, Polonia, en 1902, llega a Venezuela, después de un periplo por varios países, en 1946, y permanece en el país hasta su muerte, en 1984.

[iv] Billo Frómeta nace en Santo Domingo en 1915. Llega a Caracas en 1937, donde muere en 1988.

[v] Nacido en Sarriá, cerca de Barcelona, en 1911, José María Cruxent llega a Venezuela al finalizar la guerra española y desarrolla una amplia obra como pionero de la antropología en el país, hasta su muerte, en Coro, en 2005.

[vi] Carlos Raúl Villanueva, (Londres,1900-Caracas,1975), quien vivió y estudió en Europa toda su vida, graduándose con honores de la exigente y tradicional Ecole de Beaux Arts, de París, vino por primera vez a Venezuela por unos meses en 1928, hasta regresar para quedarse en 1929

[vii] Octavio Paz, En búsqueda del Presente, Conferencia Nóbel 1990, Ver http://nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1990/paz-lecture-s.html

[viii] Gabriel García Márquez, La soledad de América Latina, Conferencia Nóbel 1982, Ver http://nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1982/marquez-lecture-sp.html

[ix] La entrevista publicada en la página Web PRODAVINCI documenta extensa e intensamente el pensamiento, historia y obra de Graciano Gasparini (http://prodavinci.com/2009/09/23/graziano-gasparini-el-arquitecto-el-historiador-de-la-arquitectura-colonial-venezolana/). También el documental producido por la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela en 2009, como parte de una serie llamada 4 MIRADAS permite una aproximación al personaje con la ventaje de poder participar de la precisa tranquilidad de su hablar y su andar (http://www.vimeo.com/5186517)

[x] Nacido en Venecia en 1906, Carlo Scarpa se negó a tomar los exámenes que le darían validez profesional a los estudios realizados en la Academia de Venecia, lo que no le impidió ejercer, hasta su muerte en 1978, desde la cátedra de Dibujo y Decoración Interior una enorme influencia sobre sus alumnos y desarrollar una obra de gran sensibilidad hacia lo histórico y una sensual comprensión de la materialidad como recurso expresivo.

[xi] http://www.frasesypensamientos.com.ar/autor/lewis-carroll.html

[xii] Mariano Picón Salas, Pequeño Tratado de la Tradición, en Viejos y nuevos mundos, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1983, p.98

[xiii] Citado por Roger Kimball en su comentario sobre THE COLLECTED ESSAYS AND CRITICISM, de Clement Greenberg, editado por John O’Brian, en http://www.commentarymagazine.com/viewarticle.cfm/the-collected-essays-and-criticism--by-clement-greenberg--edited-by-john-o-brian-7368.

[xiv] "¿Por qué habrías sólo de hablarnos de este espacio y este tiempo, sino de todos los espacios y los tiempos que los nuestros contienen?", le increpa Fray Toribio al Escribidos de la Corte Española en la novela Terra Nostra, de Carlos Fuentes, Joaquín Martiz Ed., México 1975

[xv] Pablo Neruda utilizó esta expresión de Arthur Rimbaud en su Conferencia Nóbel (http://nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1971/neruda-lecture-sp.html) en 1971, que sirvió luego de título a la novela de Antonio Skármeta de 1985.

[xvi] Octavio Paz, Op. Cit.

[xvii] Afortunadamente, en 2009 la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela supo reconocer este valor otorgándole el Doctorado Honoris Causa.

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